Viajes: Estados Unidos (Parte 2): San Diego y Los Angeles

Viajes: Estados Unidos (Parte 2): San Diego y Los Angeles

Después de la entrada sobre Nueva York, aquí vuelvo con la segunda parte del viaje a Estados Unidos, sobre California, donde visitamos San Diego y Los Angeles.

Voy a mantener la introducción corta, pero ya te voy avisando que, si lees esto con ganas de ir a Los Angeles, quizá no te sea de ayuda.

Día 6

Comenzamos el día levantándonos a las 4:30 de la mañana para coger un vuelo Nueva York-San Diego de 5 horas. Coger el metro a esas horas no nos inspiraba mucha confianza, así que contratamos un coche privado que nos recogiese en el hostal y nos llevase hasta el aeropuerto.

Aterrizamos a las 12, hora local (hay 3 horas de diferencia), donde nos recibió el tiempo que uno espera de California: solazo y calorazo. Nuestra primera impresión, fue el gran contraste con Nueva York. Seguro que no hace falta que os lo diga, pero no tienen absolutamente nada que ver. En San Diego todo es espacioso, hay menos gente por la calle y, aunque hay edificios altos, no tienen nada que ver con los enormes rascacielos y están más dispersos.

Tras pelear un poco con la aplicación, conseguimos apañárnoslas para coger un Uber por primera vez en nuestra vida. Nos habían dicho que, ya que el transporte público no es muy bueno, era la forma más cómoda de movernos por allí. Los amigos a los que íbamos a ver tenían que trabajar, así que dejamos las cosas en su apartamento, nos refrescamos un poco y cogimos otro Uber que nos llevase hasta el paseo marítimo para ir viendo algunas cosas por nuestra cuenta hasta que saliesen de trabajar.

Aquí, como novatas de Uber, tuvimos el primer problema. Habíamos cogido un Uber compartido porque era más barato y no nos dejó donde le habíamos pedido porque para eso tenía que desviarse del itinerario para dejar a los demás. Básicamente, nos dejó en mitad de la nada, junto al aeropuerto. Eso sí, al lado del océano, para que solo tuviésemos que ir en una dirección (no diréis que no son detallistas estos americanos).

Así que nos tocó caminar a las 2 de la tarde, bajo toda la solana, sin ninguna sombra donde refugiarnos, por una zona donde no había nadie y sin haber comido desde el desayuno del avión, del que ya habían pasado 8 horas.

Al borde de desvanecer de calor y de hambre llegamos al paseo marítimo y nuestro objetivo principal fue encontrar cuanto antes un sitio donde comer. No sé vosotros, pero yo, cuando imagino un paseo marítimo de aquí de España, siempre los imagino llenos de restaurantes, de bares y de chiringuitos. Pues allí no. Con lo que les gusta comer, quién se lo iba a imaginar…

Tras mucho caminar, al final dimos con un restaurante, el único, donde, como eran las 15:30, no había absolutamente nadie. Aquí comimos por fin una hamburguesa. Mejor dicho, una hamburguesa gigante que, ya fuese por el mérito del restaurante o por el hambre matador, tras casi 10 horas sin comer, estaba espectacular.

Después de comer, continuamos recorriendo el paseo marítimo, que tiene varios museos, donde destaca el USS Midway Museum, que es un portaaviones de la Armada Americana. A su lado se encuentra la estatua de El Beso, que representa la famosa foto del marinero besando a la enfermera en Times Square al terminar la guerra. Continuando por el paseo, está el Seaport Village, una zona llena de casitas muy monas con tiendas de souvenirs y restaurantes.

Sin mucho más que hacer por la zona pero teniendo que hacer tiempo hasta que nuestros amigos saliesen de trabajar y nos recogiesen, seguimos caminando un poco a la deriva, haciendo paradas cada poco porque estábamos algo cansadas. Cuando pareció que el paseo marítimo ya no nos llevaba a ninguna parte, nos adentramos en la ciudad a callejear.

Es digno de mencionar que encontramos un parque llamado Pantoja Park, aquí está la prueba:

Tras echarnos unas risas, continuamos recorriendo la zona del Little Italy hasta llegar de nuevo al paseo marítimo. A estas alturas ya no podíamos con el cuerpo y no podía faltar mucho hasta que nos recogiesen, así que decidimos ponérselo fácil y quedarnos quietecitas. Nos sentamos en un banco, de cara al océano, desde donde vimos atardecer… y anochecer… y ser completamente de noche, porque el tiempo pasaba y nadie venía a buscarnos.

Cabe decir que, aunque al principio dije que nos recibió solazo y calorazo, eso solo es cierto durante una parte del día. Desde ya entrada la tarde se había levantado un aire frío, que nos obligó a ponernos la chaqueta y, ahora, de noche, estábamos arrebujadas, tapándonos como podíamos con un fular, muertas de frío y sueño.

Aquí, al borde de las lágrimas, ya fuese por las risas descontroladas o la desesperación, o una mezcla de ambas, empezamos a sufrir esos desvaríos que solo se experimentan cuando estás increíblemente cansado… o borracho. Sobra decir que, todo el que pasaba por delante de nosotras, nos miraba raro.

Para que os hagáis una idea del nivel de desvaríos que transcurrieron esa tarde, algunos de los temas tratados fueron:

  1. La necesidad de que los americanos ofreciesen un Máster en sistemas mezcladores de agua de ducha, porque, estuviésemos donde estuviésemos, nunca éramos capaces de regularla como queríamos.
  2. Que, viendo cómo los españoles inventamos cosas tan cómodas, como la siesta, y lo mejoramos todo, simplemente poniéndole un palito (ej, chupachús y fregona), obviamente, no pudo ser otro más que un español quien decidió ponerle manguera a la ducha (esto lo he intentado confirmar pero no lo he encontrado, así que si alguien lo sabe, por favor, que lo ponga en los comentarios).
  3. Que si las cosas no nos iban bien en España, siempre podíamos irnos a América y montar un negocio instalando mangueras y reguladores de ducha (como veis, las duchas es un tema que nos preocupa mucho).

Ya sobre las 19.30 de un día que no parecía acabar nunca (vale, que tampoco era muy tarde precisamente, pero llevábamos en pie desde lo que habría sido la 1 de la mañana de San Diego) y al borde de morir congeladas, llegaron a recogernos. Nosotras habríamos ido contentas ya para la cama, pero nuestros amigos tenían otros planes, así que montamos en el coche y forzamos una sonrisa de ilusión.

Cruzamos el puente y llegamos a Coronado Island, desde donde se puede ver el skyline de San Diego todo iluminado. Era muy bonito, pero también hacía mucho frío, así que fue una parada express. Luego nos llevaron a cenar a un restaurante y, tras 22 horas despiertas, por fin caímos redondas en la cama.

Día 7

Con el exhaustivo día que habíamos tenido, no fue de extrañar que el sábado nadie se levantase hasta las 10. Bueno, miento, una servidora se despertó a las 6 de la mañana y fue incapaz de volver a dormirse, así que se pasó 4 horas mirando al techo, esperando a que alguien se levantase para poder desayunar.

Una vez vestidas y desayunadas, nos llevaron a ver la universidad y al Sunset Cliffs Natural Park, a ver los acantilados desde donde las vistas se supone que son preciosas. “Se supone” porque había mucha niebla y mucho aire y no se veía nada, solo a gente haciendo parapente.

Eso es algo curioso sobre California, es famosa por tener buen tiempo prácticamente todo el año, pero nadie te advierte que, aunque en las horas centrales hace muy bueno, la mayoría de mañanas la niebla no despeja hasta pasado el medio día, o que el aire que sopla es frío o que, una vez se pone el sol, no está para ir sin chaqueta o pantalón largo. Así que vas toda feliz en pleno septiembre, ilusionada, con la maleta llena de la ropa que llevarías a Alicante en julio, y te mueres de frío, ya sea porque hay niebla por la mañana, se levanta el aire, ha atardecido, o entras en un supermercado.

biblioteca universidad san diego

Tal y como nos dijeron que pasaría, a media mañana despejó y pudimos ir a ver el Old Town, una zona ambientada con cosas mexicanas, y que tiene mucho encanto. Luego fuimos al Balboa Park, donde comimos y dimos un paseo por la tarde por este parque que es, simplemente, precioso.

Al anochecer (cambiándonos antes de ropa y cubriéndonos de capas) fuimos a dar un pequeño paseo por la playa Pacific Beach y fuimos a ver un Speakeasy, que son establecimientos clandestinos, inspirados en la época de la ley seca, cuando estaba prohibido beber. Al que nosotros fuimos, se entraba por una nevera que había en la cocina de un restaurante de sushi.

parque balboa san diego california

Día 8

El domingo, para sorpresa de todos, amaneció soleado, así que, antes de continuar con lo planeado para ese día, volvimos al Sunset Cliffs Natural Park y pudimos comprobar que, en efecto, las vistas desde allí eran espectaculares.

sunset cliffs natural park california

Después de eso fuimos a La Jolla Cave, una playa llena de focas y leones marinos en libertad. Te puedes acercar a ellas todo lo que quieras, incluso bañarte, como hacen algunos valientes. Y digo lo de valientes porque el olor que hay en toda la playa no puede ser un buen indicativo de la higiene del agua.

Embobadas con los leones marinos, pasamos el rato hasta la hora de volver a la urbanización y preparar una barbacoa. Allí pasamos el resto de la tarde, preparando maletas, planeando el itinerario de Los Angeles y volviéndonos locas sacando los billetes de autobús (en serio, nos quejamos de lo mal que va la página de Renfe pero no valoramos lo cómodo que es tener todos los trenes, o autobuses, en un mismo sitio).

Este fue un día bastante relajado, pero es que ya habíamos visto todo lo que teníamos planeado. San Diego tiene algunas cosas preciosas, pero es poco lo que hay para ver.

La Jolla Cave San Diego California

Día 9

Tras un viaje en bus de dos horas, desde donde vimos la noria de Mickey de Disneylandia (yay!), llegamos a la última ciudad de nuestro viaje: Los Angeles.

Dejad que me tome un momento para coger fuerzas antes de continuar.

Ya está.

Pues eso, llegamos a la estación de autobús de Los Angeles sobre las 12 del mediodía. Una ciudad que, como buena cinéfila, pensé que adoraría, a pesar de que absolutamente todo el que conocía que había ido, me había dicho que no valía la pena. Pero yo, como cazurra que soy, me negué a aceptarlo.

Y así, comenzamos dos días y medio donde, siguiendo al dedillo la Ley de Murphy: si algo tenía la posibilidad de salir mal, saldría mal.

paseo de la fama los angeles california

Nuestra cadena de infortunios comenzó nada más llegar, al coger el Uber para dejar las maletas en unas consignas, que habíamos encontrado por internet cerca de Sunset Boulevard. La cosa es que hasta que no hacías la reserva online, no te daban la dirección exacta y nos resistíamos a pagar de anticipado sin saber cómo sería. Pero teníamos la calle y más o menos la altura a la que estaba por el mapa, así que pedimos el Uber y hacia allí fuimos.

O hacia allí intentamos ir.

Para empezar, el trayecto en Uber estaba resultando un poco curioso. La cosa con los Ubers es que te puede tocar cualquier tipo de conductor. Unos te ignoran, otros te dan la chapa… y otros, como fue este caso, te hacen prácticamente un interrogatorio. Cuando es en inglés, puedes escaquearte fingiendo que no entiendes nada, pero cuando el conductor resulta ser mejicano, es imposible.

Ya estábamos empezando a pensar que el conductor estaba siendo un plasta y entrometido cuando se detuvo el vehículo. Una forma apropiada de explicarlo es “en algún sitio”. Por allí no había gente, había cuatro edificios sueltos y, desde luego, no parecía una zona turística, como esperarías de una calle al lado de Sunset Boulevard.

Un poco confusas, le preguntamos al conductor si estábamos muy lejos de Sunset Boulevard y su respuesta literal fue “uy, sí, aún tenéis que andar un trozo”. Aquí fue en plan, pero tío, ¿qué me estás contando? ¿dónde nos has dejado? Ante nuestras caras de desconcierto, muy amablemente, nos explicó que habíamos cogido la opción Express, que, al parecer, no te lleva a tu destino, simplemente te acerca. Esto tampoco significa que te vaya a dejar cerca de ese lugar, simplemente que estás más cerca que antes (no sé si en España también es así, pero para mí esto no tiene ningún sentido).

Algo desconcertadas ante la idea de tener que caminar cargadas con las maletas, sin saber dónde estábamos o dónde teníamos que ir, hicimos amago de bajar del coche, pero el conductor, de nuevo muy amable, se apiadó de nosotras y se ofreció a llevarnos.

Aquí empezó a liarse un poco la cosa. Tuvimos que explicarle que no sabíamos exactamente dónde estaba el lugar, solo la calle, y la altura según el mapa. Esto le pareció muy complicado, así que él mismo nos buscó en Google otro sitio cerca de Hollywood donde dejar las maletas. Al llegar a la calle señalada y parar, frente a lo que no era más que una casa particular, echó un vistazo por la ventana y muy seriamente nos dijo que si él fuese nosotras, no dejaría las maletas en aquel sitio.

Ya que nos había llevado hasta allí gratis, hicimos un esfuerzo por contener la lengua y evitar echarle en cara que era él el que había querido ir allí, nosotras ya teníamos un sitio que parecía de fiar para dejar las maletas. La página se llamaba Bagbnb, con ese nombre, no podía no ser de fiar. Sin ver otra salida, hicimos desde el Uber la reserva y, con la dirección exacta, nos llevó hasta el local.

Una lavandería.

Aquí ya dijimos, mira, qué más da. Lo único que queríamos era deshacernos de las maletas. Si eso significaba dejarlas en una lavandería, pues bienvenido fuese. Y así, dejamos todas nuestras pertenencias en el cuartito de una lavandería, con un trocito de papel con nuestro nombre enroscado en el asa.

Pero daba igual, porque al fin nos habíamos desecho de las maletas, la lavandería estaba prácticamente al lado de la zona turística de Hollywood Boulevard y, qué narices, estábamos en Los Angeles, la ciudad de las estrellas y lo íbamos a disfrutar.

paseo de la fama los angeles california

Recorrimos todo Hollywood Boulevard, el Paseo de la Fama, buscando un sitio donde comer. A pesar de llevar la vista clavada en el suelo para no perdernos ninguna estrella importante, empezamos a darnos cuenta de que, la calle más famosa de Los Angeles, no era precisamente bonita. De hecho, era más bien fea. Pero ignoramos este hecho y después de comer, recorrimos el paseo por el otro lado para seguir viendo todas las estrellas.

Volviendo a lo de que la calle es fea, dirás: eso no es verdad, yo he visto fotos, es muy bonito, tiene luces, está todo animado, en esa calle se pone la alfombra roja de los Oscars y tienen lugar muchos eventos importantes, es LOS ANGELES, se supone que es glamuroso.

Pues no. Glamuroso es Beverly Hills, y por eso vive allí la gente importante. Y, aunque es cierto que el Paseo de la Fama tiene edificios con iluminación y hay ambiente turístico, eso es literalmente en el tramo donde están los tres teatros importantes. Y están todos en el mismo bloque. El Dolby Theater (donde se celebran los Oscars) y el Chinese Theater están juntos y El Capitán y el estudio donde se graba el programa Jimmy Kimmel, están justo en frente.

Cuando sales de ese bloque, todo cambia drásticamente. Apenas hay gente, la gente que hay da muy mal rollo y está lleno de vagabundos, y los edificios y tiendas que encuentras son bastante cutres. O sea, de glamour, nada.

chinese theater los angeles california

dolby theater los angeles california

Tras ver las cuatro cosas que había para ver allí y de sacar foto a todas las estrellas importantes, cogimos desde allí una ruta con el autobús turístico Hop on and off, que habíamos contratado desde España pensando que, al tener poco tiempo en Los Angeles, sería la mejor forma de ver la ciudad (ja, ja, ja).

Nuestra idea inicial había sido poder ir haciendo paradas por el camino, pero, por la hora que era y porque la ruta de Beverly Hills que cogimos era de casi dos horas, no podíamos, pues no queríamos llegar demasiado tarde a la casa, por si teníamos algún problema a la hora de encontrarla.

En el autobús, por supuesto, continuaron los infortunios.

Uno. En el piso de arriba hacía un aire horrible, pero en el de abajo, que se iba calentito, no se veía nada porque las ventanas estaban pintadas con el dibujo de la empresa (en serio, ¿a quién se le ocurre pintar las ventanas de un autobús turístico?), así que tocaba aguantar el frío.

Dos. El autobús no puede pasar por Rodeo Drive y, como tampoco teníamos tiempo para bajar, nos quedamos sin vivir un momento Pretty Woman.

Tres. Cuando ya estábamos muertas de frío, de cansancio y deseando que la ruta se acabase para poder ir a casa y empezábamos a plantearnos que igual habíamos tirado el dinero, el transmisor del bus se estropeó y tuvimos que esperar a que llegase el siguiente para montarnos en él.

beverly hills los angeles california

Ya por fin, estuvimos de vuelta en el Paseo de la Fama, con una impresión inicial muy mala sobre aquella ciudad que, por el momento, estaba resultando ser una gran decepción.

Tras coger la cena, recogimos las maletas, que, milagrosamente, seguían en el cuartito de la lavandería y pedimos otro Uber para ir a la casa de Airbnb, que estaba en Studio City.

Al menos esto sí nos salió bien. La encontramos sin problemas, a pesar de ser súper de noche y, aunque estaba un poco lejos del centro, estaba bastante bien (la ducha iba perfectamente, no hacía falta máster ni nada para entenderla).

Día 10

Otro día que amanecimos con un cielo completamente nublado, lo que fue un chasco porque teníamos pensado subir al Observatorio Griffith por la mañana, ya que por la tarde teníamos contratada una visita a los estudios de la Warner, y ya nos temíamos que no íbamos a ver nada.

Tras caminar durante más de media hora otra vez por la triste Hollywood Boulevard, para llegar a la parada desde donde salía el autobús que subía al Observatorio, y pasar allí un buen rato esperando al bus, durante el que una señorita de Cienciología intentó reclutarnos, descubrimos que los autobuses no empezaban a pasar hasta las 12. En ese momento eran alrededor de las 10.

Como, obviamente, no íbamos a quedarnos allí dos horas esperando y no sabíamos si, siendo a esas horas nos daría tiempo a verlo y coger el autobús que nos llevase a la Warner, aceptamos que nos quedaríamos sin ver el Observatorio y sin tener un momento La La Land.

Así que, cambiamos los planes. Volvimos a Hollywood Boulevard, esta vez en metro, para hacer una ruta corta del Hop on and off. Cinco minutos antes de la salida, ya estábamos en la parada esperando, pero allí estaban los autobuses de todas las líneas menos el que queríamos. Cuando ya se acercaba la hora, preguntamos a uno de los conductores, que nos informó que la línea morada se cogía al otro lado de la calle.

Miramos tras la fila de autobuses y, en efecto, vimos el autobús allí parado. Corrimos hacia el paso de cebra y, cuando estábamos prácticamente delante del autobús, este arrancó y se fue delante de nuestras narices.

Llegados a este punto alzamos los brazos al aire y gritamos: ¡Que le den por c*** a todo! Y, ya sin esperanzas ni ganas de ver nada, nos pasamos una hora de tienda en tienda, comprando souvenirs (aclarar que la razón por la que no podíamos alejarnos de Hollywood Boulevard es porque desde allí salía el bus que teníamos que coger para ir a la Warner). 

Cuando ya teníamos todos los souvenirs, comimos una ensalada en un mexicano y nos montamos al autobús 15 minutos antes porque este no íbamos a perderle, como que nos llamábamos Natalia (sí, las dos nos llamamos Natalia, esto hizo que nos mirasen raro en todos los controles de pasaporte).

Y menos mal, porque el tour de los estudios Warner fue lo mejor que hicimos en Los Angeles (que, como habréis visto, el listón no es que estuviera alto, precisamente, pero, aún así, es una pasada). Si por alguna razón algún día vas a Los Angeles, no te lo puedes perder. Te llevan por la calles que tienen construidas y han usado para distintas películas y series, como la cafetería de La La Land, algunos exteriores de las Chicas Gilmore, Pretty Little Liars, Big Bang Theory, la jungla de Jurassic Park… También visitamos los sets de las series Arma Letal y All American, los pabellones donde guardan todos los Batmóvils y los trajes originales de La Liga de la Justicia.

Pero, yendo a lo importante, vimos los trajes de Harry Potter y ¡nos pusimos el Sombrero Seleccionador! También había objetos de otras películas y nos pudimos sacar una foto en el set original del Central Perk, la cafetería de Friends, además de en una simulación de cómo rodaron en El Señor de los Anillos la escena entre Gandalf y Frodo en Bolsón Cerrado. En serio, este tour es el sueño de cualquiera un poco friki.

Bueno, y no lo he dicho pero, por fin, vimos un actor.

Vale, nosotras no la conocíamos porque no vemos la serie en la que sale (Ali Larter de Héroes), pero fue imposible no identificarla como actriz cuando pasó a nuestro lado en bata, pasándose una mano por la melena rubia al viento y sujetando con la otra mano el móvil a la altura de la cara mientras la llevaban en un carrito de golf. En serio, igual crees que estoy exagerando pero fue tal cual.

Y no fue el único. Cuando estábamos ya montadas en el Uber de vuelta a casa, en Hollywood Boulevard vimos en un descapotable a Adam DeVine (Modern Family, Pitch Perfect).

Volvimos a casa con ilusiones un poco renovadas, para afrontar el último día de viaje, esperando que nuestra suerte estuviese empezando a cambiar.

Día 11

Como nuestro avión salía por la tarde, decidimos hacer como el primer día y dejar las maletas por la zona que íbamos a estar, que iba a ser Venice, para ver las playas. Hicimos la reserva otra vez con Bagbnb y cogimos un Uber.

Un Uber en el que estuvimos más de una hora por el tráfico que había. De hecho, cotilleándole el móvil al conductor, vi que tardamos media hora en recorrer diez kilómetros. Un hurra por Los Angeles, que no nos iba a poner las cosas fáciles ni el último día.

Viendo cómo nos estaba llevando toda una vida llegar hasta Venice, yo saqué el pasaporte de la mochila que tenía pensado dejar con la maleta y me lo metí al bolso. Porque con aquella racha, cualquiera se fiaba de perderlo de vista. Al menos durante el trayecto salió el sol, así que podríamos ver las playas con cielo despejado.

Por supuesto, no fue así, porque fue pararse el Uber y se volvió a nublar y no volvimos a ver el sol hasta que no estuvimos en otro Uber de camino al aeropuerto (en serio, ¿aún no pensáis que estábamos gafadas?). Esta vez, el lugar donde nos tocó dejar las cosas fue un albergue que, tampoco daba mucha confianza, pero oye, de perdidos al río.

De camino a la playa vimos los canales, una zona residencial, que imita a los canales de Venecia (de ahí el nombre del barrio). Una vez en la playa nos encontramos con una playa nada bonita y llena de vagabundos (que, oye, al salir el sol igual mejora mucho, pero los vagabundos seguirán ahí).

En este punto ya habíamos asumido que aquello no iba a mejorar así que dimos un paseo hasta llegar a Santa Mónica, que está al lado, y es la playa donde se rodó la serie Los Vigilantes de la Playa y está el muelle con un pequeño parque de atracciones que, para ser honesto, también era mil veces más guay en fotos.

Deshicimos el camino de vuelta y, muy enfadadas con esta ciudad, cogimos el Uber al aeropuerto. Para seguir en nuestra línea, al llegar descubrimos que nos habían retrasado el vuelo 40 minutos. Hicimos el check-in y nos despedimos de las maletas porque, probablemente, no fuésemos a verlas de nuevo. Porque Dios no quisiese que algo nos fuese a salir bien.

Qué par de exageradas... dirás. Pues la cosa no quedó ahí. Pasando el control en Los Angeles nos pararon a las dos. ¿Qué probabilidades hay de que pase eso? Natalia pitó en el escáner de cuerpo y la tuvieron que cachear y a mí me apartaron la mochila y la registraron porque vieron algo raro en el escáner. Que luego resultó ser un libro y, tras hojearlo bien, el policía al final tuvo que admitir que no llevaba nada escondido dentro.

Para culminar, el vuelo estuvo lleno de turbulencias de las cuales, Natalia ni se enteró, pues durmió desde que se llevaron la cena hasta que la desperté a la fuerza cuando servían el desayuno.

Y hasta aquí esta pequeña gran aventura, que estuvo llena de grandes momentos, pero también algún que otro percance. Y, aunque no acabó de la mejor manera y Los Angeles fue una gran decepción, apenas vimos nada, y ni siquiera nos pudimos hacer una misera foto con el cartel de Hollywood, mereció la pena y ahora tenemos muchas anécdotas que contar.

¡Gracias por leer!

PD. Las maletas llegaron a Madrid sanas y salvas y en el control de pasaportes nos tocó un tío súper simpático que también era de León. Es que no hay nada como estar en casa.

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