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Viajes: Praga, Viena y Budapest

La entrada de hoy es un poco diferente a lo habitual porque no todo lo relacionado con la salud y el bienestar tiene que ver con la alimentación. Un buen estilo de vida es igual de importante. Buscar tiempo para hacer lo que más nos gusta, ya sea leer, hacer algún deporte, pasar tiempo con familiares o amigos, ver un capítulo de tu serie favorita… Para mí, una de mis pasiones es viajar y por eso quiero que forme parte de este blog.

La verdad, últimamente no he viajado mucho fuera de España, aunque de pequeña lo hacía con bastante frecuencia, y es algo que quiero cambiar de ahora en adelante. Mi cómplice en esta aventura fue mi amiga Natalia (otra Natalia) y este verano, a finales de julio, con un grupo organizado para no tener que preocuparnos por los hoteles y los traslados, y nuestra chuleta sacada de Viajeros Callejeros, nos embarcamos con destino a Centroeuropa durante 8 días.

Una advertencia antes de seguir, la calidad de las fotos no es precisamente para echar cohetes porque fueron sacadas con el móvil y el mal tiempo que tuvimos tampoco ayudó en la iluminación. Dicho esto, espero que os guste esta entrada 🙂

Praga (3 días)

Tras un vuelo muy puntual desde Madrid, llegamos a Praga sobre las 2 de la tarde y nuestra bienvenida por parte de esta bonita ciudad fue un chaparrón que cayó durante todo el trayecto en autobús desde el aeropuerto hasta el hotel. Aquí el guía nos avisó que estaba previsto lluvia durante los tres días que íbamos a estar allí así que era aconsejable llevar un calzado adecuado y paraguas, ya que al día siguiente realizaríamos la visita guiada a pie. En este momento empezamos a cuestionar nuestro equipaje de verano, pero nos mantuvimos optimistas y valió la pena porque por la tarde salió el sol e hizo un día precioso. Tuvimos la tarde libre porque parte del grupo llegaba por la noche. El hotel estaba a las afueras pero estaba bien conectado por metro y tranvía con el centro de la ciudad (y tenía un desayuno espectacular, por cierto). El metro nos dejó en la Plaza de Wenceslao, el Centro de la Ciudad Nueva, de forma alargada que la asemeja más a una avenida, y decidimos dar una vuelta para familiarizarnos con la ciudad. ¿Cómo describir Praga? Bonita. Única. Una ciudad con encanto pero en la que hay más gente de la que debería. Abriéndonos paso entre la multitud y con el bolso bien sujeto, vimos las tres Óperas, la Torre de la Pólvora, la Plaza de la Ciudad Vieja, el Reloj Astronómico y el Puente de Carlos, por el que pasa el río Moldava. Al atardecer, fuimos a buscar el T-Anker, un bar que habíamos visto en Instagram, y está situado en una azotea desde donde las vistas son espectaculares (no es que podamos confirmar esto porque las mesas estaban todas llenas excepto la más alejada así que nuestras vistas se redujeron a la escalera por la que se subía). Por la noche, de camino al metro, aprovechamos para disfrutar del encanto de las calles y los edificios iluminados que llenan la ciudad de un aire mágico.

Torre de la Pólvora

Río Moldava y Puente de Carlos

Viendo la suerte que habíamos tenido el día anterior y contra las advertencias del guía, el segundo día volvimos a salir de pantalón corto y playeros. Cuando nos juntamos con el grupo nos reímos de lo veraniegas que íbamos en comparación al resto. La risa se nos apagó cuando a los 10 minutos exactos de comenzar la visita guiada empezó a llover y excepto por un rato a la hora de comer, no paró en todo el día. La visita empezó en el barrio de Mala Strana, barrio bohemio y uno de los más antiguos de Praga, y visitamos el Muro de John Lennon, la Iglesia de San Nicolás, el Puente de Carlos, la Plaza de la Ciudad Vieja y el Reloj Astronómico. Aquí la guía local hizo una parada mientras esperábamos a que fuera la hora en punto para ver el desfile de los doce apóstoles en el Reloj. Una parada que nos vino muy bien para comprar un paraguas porque a estas alturas ya teníamos los pies empapados. Comimos en el O Fleku, una taberna típica, famosa por su cerveza negra, y que recomiendo por la comida y el ambiente tan singular que hay, con música de acordeón en directo y mesas compartidas, lo que le aporta un encanto especial. Por la tarde, ya por nuestra cuenta, subimos al Castillo y visitamos la Catedral de San Vito y el Callejón del Oro con sus casas de colores. Teníamos pensado visitar la Biblioteca del Clementinum pero cuando llegamos descubrimos que la estaban restaurando y no estaba abierta al público. Ya reventadas y congeladas, paramos en una cafetería a comer un Trdelnik, un dulce típico de Praga que venden por todas partes. Por la noche nos deleitamos con una memorable actuación en el Club de Jazz AghaRTA, situado en un subsuelo de tamaño reducido que se asemeja a una cueva, con agradable música Jazz en directo. Luego nos perdimos de camino al metro y claro, entre esto, la lluvia y nuestro atuendo de verano, podéis imaginar nuestro humor al llegar al hotel.

Catedral de San Vito

Muro de John Lennon

El último día, el grupo ofrecía una excursión a la ciudad balneario de Karlovy Vary pero nosotras decidimos no cogerla porque aún nos quedaba mucho por ver en Praga. Esta vez aprendimos la lección y salimos del hotel en pantalón largo y con el paraguas en el bolso. Para nuestro deleite, no llovió nada en todo el día. En cambio, hizo un viento que por poco nos lleva a Oz. Peleando contra el vendaval visitamos la Casa Danzante, que destaca entre los edificios de estilo clásico que la rodean y es un homenaje a una de las parejas de bailarines más conocidas, Fred Astaire y Ginger Rogers. Después, ya que la Torre del Antiguo Ayuntamiento estaba siendo restaurada, subimos a la Torre Vieja y contemplamos las vistas. A medio día hicimos una parada para comprar ropa de abrigo (esta resultó ser la mejor decisión que tomamos en todo el viaje). Por la tarde visitamos el Barrio Judío, la Sinagoga, el Cementerio Judío y la Sinagoga española. Por último subimos en funicular al Monte Petrin y, sin nada más que ver, echamos allí un rato disfrutando de las espectaculares vistas antes de coger el metro para volver al hotel y deshacernos en un supermercado de las coronas que nos habían sobrado.

Casa Danzante

Vistas de Praga desde el Monte Petrín

Viena (2 días)

El cuarto día tocaba cambiar de ciudad y país y, tras un viaje de autobús de unas 5 horas, llegamos a Viena para la hora de comer. Aquí nos vino muy bien la ropa que habíamos comprado el día anterior porque para variar, en Viena hacía frío. Por la tarde tuvimos la visita guiada donde desde el autobús nos enseñaron la Ringstrasse, el Danubio, las Oficinas de las Naciones Unidas (las que explotan en Capitán América) e hicimos parada en los jardines del Palacio Belvedere y la Casa Hundertwasserhaus con su fachada de colores y formas irregulares. Nos dejaron pronto en el hotel y por nuestra cuenta fuimos a un concierto de Mozart y Strauss en el Kursalon para el que llevábamos las entradas ya compradas desde España. Decir que fue una experiencia muy recomendada. También hay baile y dura un poco menos de dos horas, con descanso incluido, así que no se hace pesado. Igual nos arreglamos un poco más de la cuenta. Eso, y la sudadera que llevábamos por encima, hizo que nos mirasen un poco raro tanto por la calle como en el Kursalon.

Palacio Belvedere

Casa Hundertwasserhaus

Kursalon

El segundo día en Viena fue bastante loco. Como sólo estábamos ese día teníamos mucho que ver. Decidimos no coger la excursión al Palacio de Schönbrunn y la Ópera que el grupo ofrecía por si al ser organizado se tardaba más y luego no nos daba tiempo a verlo todo. Así que nos lanzamos a la aventura. Desde el hotel cogimos el metro que nos dejó frente a la Ópera y nos apuntamos a una visita guiada. Visitamos el parque Stadtpark y el monumento a Johann Strauss. De ahí cogimos otro metro para ir al Palacio de Schönbrunn que está a las afueras de la ciudad y fue la residencia de verano de la Emperatriz Sissi. Allí nos encontramos con una cola de media hora para sacar las entradas para luego descubrir que nuestro pase no era hasta dos horas y media más tarde. Como obviamente no íbamos a quedarnos allí de brazos cruzados con todo lo que teníamos que hacer, cogimos las entradas y decidimos volver para ir al Prater, el parque de atracciones más antiguo del mundo, y subir en la noria. Luego volvimos a tomar el metro hasta el centro para ir a ver el Palacio de Hofsburg, el cual fue la residencia oficial de los Habsburgo y actualmente lo es del presidente de Austria. Ya se aproximaba la hora de volver al Palacio de Schönbrunn así que nuestra comida consistió en un perrito caliente, de uno de los muchos puestos callejeros, que comimos mientras corríamos hacia la estación de metro.

Por la tarde tuvimos la visita al Palacio, visitamos los enormes jardines y entramos en el laberinto (donde, por cierto, no conseguimos encontrar el centro). Luego volvimos al centro de la ciudad para visitar la Catedral de San Esteban y la Casa de Mozart por fuera. Dimos una vuelta por la Ringstrasse, la avenida circular, viendo los edificios más emblemáticos como el Parlamento y el Ayuntamiento. A las 7 de la tarde ya no podíamos ni con el alma. Aún así hicimos una cola de media hora para entrar en el famoso hotel Sacher y probar la auténtica tarta Sacher que, desde luego, nos habíamos ganado. Compramos los típicos Mozartkugel, unos mazapanes cubiertos de chocolate con la cara de Mozart, y otros souvenirs y nos fuimos pronto y desplomadas al hotel. Eso sí, en el metro nos acabamos desenvolviendo como auténticas vienesas.

Noria del Prater

Palacio de Schönbrunn

Palacio de Hofsburg

Monumento a Mozart

Bratislava

El día que dejamos Viena nos levantamos a las 6:15 y, de camino a Hungría, tuvimos la opción de hacer un desvío en el trayecto y visitar Bratislava, capital de Eslovaquia. Allí estuvimos durante dos horas en las que tuvimos una pequeña visita guiada por el casco antiguo y un poco de tiempo libre. Durante la visita vimos el Monumento a los Judíos, la embajada, la Plaza Hlavne Nemestie, las estatuas del trabajador mirando desde la alcantarilla, el Bello Ignaz, el soldado francés vestido como Napoleón, y aprendimos un poco sobre la gastronomía típica, como el pastel de semillas de amapola. Aunque lo que más cabe destacar es que por fin vimos el sol.

Plaza Hlavne Namestie

Plaza Hlavne Namestie

Budapest (3 días)

Tras la visita exprés a Bratislava llegamos a la que sería, en nuestra opinión, la ciudad más bonita de todo el viaje, Budapest, y en la que ese mismo fin de semana se celebraban los Mundiales de Natación y de Fórmula 1. Después de la comida tuvo lugar la visita guiada en autobús en la que hicimos paradas en la Plaza de los Héroes, donde están representados los líderes de las siete tribus que fundaron Hungría, y en el Bastión de los Pescadores en la colina de Buda, desde donde pudimos disfrutar de una serie de impresionantes vistas del Parlamento y del Danubio. Luego nos llevaron al hotel que estaba en la ciudad de Buda (para los que no lo sepan, Budapest son dos ciudades, Buda y Pest, separadas por el río Danubio) y tuvimos tiempo libre el resto de la tarde. Dimos una vuelta por la famosa calle peatonal Vaci Utca, llena de tiendas y de sitios donde comer, y cenamos en un puesto callejero un lángos, un plato típico húngaro que es como una pizza pero con pasta de patata.

Plaza de los Héroes

Vistas del Parlamento y del Danubio desde el Bastión de los Pescadores

Después del frío que habíamos pasado los días anteriores, el segundo día en Budapest nos sorprendió con nada menos que 30ºC (¡por fin pudimos sacar la ropa de verano de la maleta!). Lo primero que hicimos fue subir a la Ciudadela, que estaba muy cerca del hotel, y disfrutar de las impresionantes vistas. Bajamos y cruzamos el Puente de la Libertad para ir a Pest y visitar la Basílica de San Esteban, el Parlamento y el Monumento de los Zapatos, un homenaje a los judíos que fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Luego cruzamos el puente más antiguo y conocido de la ciudad, el Puente de las Cadenas, ida y vuelta porque no teníamos nada que hacer en el otro lado pero no te puedes marchar de Budapest sin cruzar este puente. Comimos en el Mercado Central y luego hicimos una visita guiada de la Ópera. Por la noche habíamos contratado una excursión que incluía cena en una charda húngara, con música y bailes típicos en directos y comida típica donde pudimos probar el famoso el goulash húngaro (que es básicamente lo que en España llamamos de toda la vida patatas cocidas con carne) y después incluía un crucero por el Danubio de noche con todos los monumentos iluminados. Simplemente impresionante.

Vistas de Pest, el Puente de Elizabeth y el Danubio desde la Ciudadela

Basílica de San Esteban

Parlamento

El tercer y último día fue un poco más vago. Antes de salir del hotel dejamos las cosas preparadas para coger el avión por la tarde y fuimos a visitar la Gran Sinagoga donde, no solo nos obligaron a comprar un pañuelo para taparnos las piernas sino que además nos dieron un trozo de papel para cubrirnos los hombros a modo de capa de superhéroe. Recorrimos andando la avenida Andràssy, de 2,5 kilómetros de largo pero que merece la pena recorrer por las bellas fachadas de las casas y los palacios renacentistas, hasta el Parque Varosliget, donde vimos el Castillo Vajdahunyad y buscamos la Estatua del Anónimo. Sinceramente, estábamos tan cansadas que ya no teníamos muchas ganas de hacer nada y, como ya habíamos visto todo lo que teníamos que ver, echamos un buen rato tiradas en el parque hasta que decidimos levantarnos para ir a tomar algo al famoso New York Café del Hotel Boscolo Budapest. Caro pero precioso. Con música de piano en directo, es como ser transportado al siglo XIX. Después de eso seguimos callejeando, compramos unas bolsitas de paprika y probamos a abrir una caja misteriosa, ambos souvenirs típicos. Por último volvimos al hotel y cogimos el autobús rumbo al aeropuerto y al final de nuestro viaje.

Gran Sinagoga

Exterior de la Gran Sinagoga

Castillo Vajdahunyad en el Parque Varosliget

New York Café

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