Esta semana en lugar de una entrada sobre nutrición os traigo otro blog de viajes. Esta vez sobre un viaje de 10 días que hice a mediados de septiembre donde visité con una amiga Nueva York, San Diego y Los Angeles. Para que no sea demasiado extenso voy a dividir esta aventurilla en dos entradas: una sobre Nueva York y otra sobre California.
Este viaje surgió como excusa para ir a visitar a una amiga de la carrera que se ha ido a vivir hace poco a San Diego; y así, aprovechar más un vuelo tan largo. Fue un viaje que organizamos nosotras mismas, lo que nos dio mucha libertad; pero también, como veréis, unos cuantos dolores de cabeza al principio y sobre todo al final.
Y como este es un blog de nutrición, voy a hacer un inciso para aclarar una cosa. Se dice siempre que cuando se viaja a Estados Unidos solo se puede comer comida basura. Y es verdad que está por todas partes y si quieres comer algo más “real” de restaurante es bastante caro. Sin embargo, también hay muchísimas opciones de comida saludable y hay muchos establecimientos de comida rápida, pero saludables, donde puedes encontrar ensaladas riquísimas y gigantes, sándwiches y fruta. Así que el que come todos los días mal viajando a EEUU es porque quiere.
Tampoco os voy a mentir, y lo veréis, nosotras no comimos 100% saludable y comimos comida basura a menudo porque queríamos probar muchas cosas que recomendaban. Pero intentábamos equilibrarlo un poco haciendo, digamos, una comida “mala” y una “buena” al día; y pidiendo verduras y fruta siempre que teníamos la oportunidad. Cierro el inciso.
Como ya dije, en esta entrada me voy a limitar a Nueva York, donde pasamos 4 días y medio que nos cundieron bastante y pudimos ver todo lo que nos interesaba y teníamos planeado, tanto cultural como más de ocio, por no decir puramente friki. El tiempo fue tan variado como pudo y pateamos lo que no está escrito.
Quizá antes de empezar con el itinerario debería indicar que durante meses (allá por mayo) habíamos tenido ya reservados con Airbnb los apartamentos en los que nos íbamos a alojar en las tres ciudades. Al final en San Diego nos quedamos en casa de la chica a la que visitábamos y lo cancelamos; mientras que de el de Nueva York, nos llegó un mensaje de la dueña el día antes de marchar informándonos que desgraciadamente no podía alquilarnos la habitación.
Como imaginaréis, a un día antes de coger el avión, esta es la peor noticia que te pueden dar (debo mencionar que esa misma mañana mi amiga, como si de una pitonisa se tratase, me había comentado que tenía un mal presentimiento sobre este viaje y que estaba segura de que algo iba a salir mal. Debería dedicarse a echar las cartas).
Al borde de los nervios, nos pasamos una ajetreada tarde buscando como locas otros apartamentos. En Airbnb todo lo que quedaba era de precios desorbitados o estaba súper lejos y los hoteles eran carísimos; pero al final encontramos un hostal muy bien localizado en el Upper West Side, algo más caro que nuestro apartamento inicial en el barrio de Harlem, pero sin que nos dejase en banca rota. Además, las fotos de la web eran increíbles. La habitación era para dos y el baño semi-privado, así que solo lo teníamos que compartir con otra habitación.
Parecía que, a pesar del disgusto inicial que nos habíamos llevado, en lugar de amargarnos el viaje, aquella cancelación nos lo había mejorado.
No me entretengo más. Cógete algo de comer o de beber y vete al baño, que esta entrada va para rato.
Día 1
Nuestro viaje comenzó cogiendo un autobús en León a las 2:30 de la mañana que nos llevaría a Barajas para coger un vuelo de 8 horas hasta Nueva York. El vuelo perfecto: sin incidentes, sin retrasos y la comida riquísima, aunque los de Norwegian parecían un poco obsesionados con las magdalenas.
Aterrizamos sobre la 1 del medio día y pasamos el control de pasaportes sorprendentemente rápido. Habíamos leído que podías echar incluso dos horas y eso nos tenía un poco nerviosas porque teníamos entradas por la tarde para el musical Chicago y aún teníamos que llegar al alojamiento, comer, cambiarnos y llegar a Broadway. Así que era mejor no perder mucho tiempo. Sin embargo, en cosa de media hora lo teníamos solucionado. Tampoco nos hicieron preguntas raras, cosa que también nos tenía un poco preocupadas. Solo faltaba que después de 8 horas de avión nos negasen la entrada al país y nos mandasen de vuelta. Pero eso no fue así o no habría entrada. Si las maletas llegaban a salvo y sin que nos rompiesen los candados, sería una señal de que nuestra suerte había cambiado al fin.
Cuando llegamos donde el equipaje, ya habían salido todas las maletas y, afortunadamente, allí estaban las nuestras: juntitas y en perfecto estado. Entre eso y la estupenda comida del avión, nos estaba saliendo todo de miedo.
Antes de emprender el viaje al hostal, paramos a comprar una tarjeta SIM en un puestecito en mitad del vestíbulo del aeropuerto. Aquí gastamos más tiempo del deseado ya que: uno, la chica que nos atendía nunca parecía estar prestándonos del todo atención y atendía al mismo tiempo a cualquiera que se acercase, ignorándonos completamente; y dos, porque llevábamos cuatro móviles y no conseguíamos que la tarjeta funcionase en ninguno. Pero al final lo conseguimos y salimos disparadas a coger el tren.
Llevábamos bastante detallado qué teníamos que hacer para coger el tren y el metro, así que no perdimos mucho tiempo aquí. Aunque las maquinitas de los billetes parecían dispuestas a jorobarnos, pues se suponía que podías coger una tarjeta de 7 días con trayectos ilimitados (esto lo habíamos visto en blogs, youtube y hasta nos lo confirmó un guía) pero, o nosotras somos muy torpes (que puede ser el caso para algunas cosas, pero creo que sabemos utilizar una máquina de billetes) o nunca nos apareció esa opción. Así que tuvimos que contentarnos con meter dinero y que nos cobrase cada viaje.
El trayecto de tren que conectaba el aeropuerto y las líneas de metro duraba 20 minutos y el viaje en metro aproximadamente una hora y teníamos que hacer transbordo, cambiando de línea de metro. Ya contábamos con todo esto pero habíamos tardado mucho comprando la tarjeta del móvil y veíamos como el tiempo se nos echaba encima y aún teníamos que llegar, encontrar el hostal, registrarnos, cambiarnos y volver a coger el metro para llegar al teatro (como ves, comer ya lo habíamos descartado), que no sabíamos cuánto tiempo nos llevaría. Aquí el estrés empezó a aflorar.
El verdadero contratiempo lo encontramos cuando nos tocó hacer el transbordo. Y diréis: qué tontería, hacer un transbordo no es tan complicado. Sin embargo, el metro de Nueva York es un mundo aparte. Especialmente la primera vez; y más si vas agobiada por las prisas.
La cosa es que lo normal habría sido salir del metro y en la misma estación buscar los cartelitos que te guiasen a la otra línea que tienes que tomar. Es así de simple.
En Nueva York no son así de simples. Al bajar del metro descubrimos que allí no había ninguna otra línea indicada. Solo había dos opciones: o cogías ese mismo metro o salías a la calle. Pensamos que lo mejor era preguntar y, efectivamente, teníamos que salir a la calle y cambiar de estación a la línea que iba en dirección Uptown porque nosotras estábamos en la que iba Downtown. Vale. No parecía muy complicado.
Entonces salimos; y nuestro primer pensamiento fue ¿y ahora qué? Déjame explicarte: en Nueva York, las estaciones de metro (al menos la mayoría) no están señalizadas con esa M tan útil que se ve a larga distancia; y algunas están tan camufladas como si se tratase del andén 9 y 3/4 y hubiese que mantener a los muggles alejados. El Google Maps tampoco estaba siendo de mucha ayuda y todas las estaciones que nos buscaba estaban bastante lejos. Entonces te encuentras ahí, en mitad de la calle, rodeada de los edificios más altos que has visto nunca y sintiéndote como una hormiguita, con la calle plagada de gente caminando en ambos sentidos con paso decidido y a la que, hagas lo que hagas, tú siempre pareces estar estorbando, acalorada, agobiada y sin puñetera idea de dónde estás. Bienvenida a Nueva York.
Siguiendo el sentido común, decidimos dar la vuelta al bloque hasta el extremo contrario. Pero allí no estaba la estación. Desesperadas, al final optamos por ir hacia la estación que el Google Maps nos señalaba como más cercana y que requería caminar 20 minutos arrastrando las maletas por una ciudad que no está hecha para caminar con maletas. Pero nos pusimos a ello, porque Nueva York no iba a poder con nosotras el primer día. Y nada más cruzar la calle, voilá: ahí estaba la estación que buscábamos (a pesar de que Google Maps nos seguía mandando a saber dónde).
Entramos en la estación y esperamos pacientemente por nuestro metro. Afortunadamente los metros pasan cada muy poco tiempo, así que el rato de espera es siempre pequeño. Un dato curioso sobre Nueva York: el calor en las estaciones de metro roza lo insoportable. Luego entras en el metro, o cualquier establecimiento público, y tienen el aire acondicionado a tope (no os olvidéis de este detalle, por favor).
Antes de continuar voy a aclarar que después de esto no volvimos a tener ningún problema con el metro. Es complicado, pero solo hay que pillarle el truco y, como con un animal salvaje, lo importante es no ponerse nervioso.
Y por fin llegamos al hostal, totalmente acaloradas, sudando por el calor bochornoso que hacía, pegadas a la ropa… Vamos, asquerosas. Pero teníamos tiempo para cambiarnos y refrescarnos un poco y eso era motivo para tranquilizarnos y poner buena cara.
Y entonces entramos en la habitación. ¿Cómo explicarlo? Lo único que tenía en común con las fotos de la web era la colcha. No era amplia, poco menos y tocabas de lado a lado al extender los brazos; el calor que hacía era horrible y el “aire acondicionado” que anunciaban en la web era un ventilador de techo que, bueno, intentaba hacer su trabajo aunque no muy eficientemente. Y lo peor: compartíamos un baño más pequeño que el de casa con toda la planta.
Obviamente, ya de mal humor, pensábamos quejarnos en cuanto volviésemos del musical y mientras nos cambiábamos de ropa enumerábamos todas las cosas de las que nos teníamos que quejar, contrastándolas con la reserva.
Y entonces vimos que no nos habían engañado en nada, en realidad. Porque, aunque la oferta que pinchamos decía todas aquellas cosas bonitas, cuando te redireccionaba para hacer la reserva, el anuncio había cambiado de “habitación doble con baño semi-privado” a “habitación doble con baño compartido”, que en un principio con las prisas crees que es lo mismo, pero no. Y todas las fotos bonitas en ningún momento habían indicado que serían de nuestro tipo de habitación. Eso lo dedujimos nosotras porque se ajustaban a la descripción de lo que creíamos estábamos reservando, y porque claro, tampoco es que cuelguen fotos de las habitaciones cutres.
Mordiéndonos la lengua porque no íbamos a poder reclamar un cambio de habitación, dejamos el hostal, decididas aún a quejarnos del calor inhumano que hacía en aquel pequeño infierno. Como veis, nuestro humor estaba ligeramente trastocado a estas alturas.
Y al fin llegamos al teatro. Un momento en el que disfrutar y relajarnos (a pesar de no haber comido, a excepción de un puñado de almendras que metimos de contrabando al teatro). Voy a empezar por lo bueno para no sumiros más en el pozo de miseria en el que estábamos nosotras. El musical Chicago está genial. El escenario es pequeñito pero no le hace falta más. Los sitios que teníamos eran muy buenos. Estábamos centradas y prácticamente atrás pero como es un teatro pequeño, aún así estás bastante cerca. Eran asientos buenos porque tuvimos la suerte de pillar el último día de la Broadway Week, una semana en la que puedes coger las entradas 2×1. Así que eliges un asiento bueno que vale más y te dan otro pero pagas lo mismo que si escogieses dos malos.
Y si el musical está tan bien y los asientos eran tan buenos, ¿qué nos pudo pasar que fuese tan malo? te preguntarás. Voy a comenzar explicando que estábamos muy emocionadas por ir a Broadway y, si recuerdas nuestra experiencia en el Kursalon en Viena, sabrás que somos de vestirnos para la ocasión. ¡Además en la calle hacía calor! Así que nos pusimos vestidito y sandalias y, muy precavidas nosotras, cogimos una chaqueta por si refrescaba por la noche.
¿Recuerdas cuando hablé de que en Nueva York ponen el aire acondicionado a tope en todas partes? Pues ahora imaginad pasaros dos horas justo debajo del aire, con vestido y sandalias, y sin haber dormido desde el día anterior (porque mi estrategia de no dormir en el bus para dormir en el avión y llegar fresca y descansada falló completamente) y cuestionándote por qué el mundo parece dispuesto a jorobarte un viaje con el que llevas tanto tiempo soñando.
Así que, heladas, sin aplaudir tras los números de baile porque, claro, eso implicaría apartar los brazos del cuerpo, es decir, más superficie en la que pasar frío; y esforzándonos por mantener los ojos abiertos, pasamos dos horas de pura miseria. Repito, esto no es culpa del musical, que está genial y es lo único que lo hizo un poco llevadero, sino de nuestra situación y, por culpar a alguien, del teatro y de la ciudad de Nueva York por esa obsesión (que luego descubriríamos que la tienen en todo el país) con el aire acondicionado.
Ya a las 9 pudimos salir a la calle y entrar en calor. Pero aquí el humor ya estaba por los suelos y el malestar no era mental sino también físico. Aún así, no podíamos irnos de allí sin ver Times Square de noche, que estaba prácticamente al lado. Y, la verdad, es que es una pasada. Tras un paseo rápido, nos fuimos de vuelta al hostal, parando por el camino para comprar un sándwich y algo de fruta, y nos fuimos prontito para la cama porque al día siguiente nos tocaba madrugón.
Día 2
Si estás empezando a sentir pena por nosotras, voy a aclararte que después de ese nefasto primer día, nuestro tiempo en Nueva York fue mucho mejor y transcurrió sin mayores desgracias. Pasados unos días incluso descubrimos que el aparato viejo y extraño que había escondido tras la persiana era el aire acondicionado que nos habían prometido y al final conseguimos refrescar la habitación. Y pasada la decepción inicial y el malestar del primer día, tuvimos que reconocer que la habitación, aunque pequeña, no era tan cutre. Hasta la cogimos un poquito de cariño. Además, el hostal estaba muy bien situado, tenía una parada de metro justo al lado y, a excepción de a un grupo de 3 españoles con los que nos cruzamos una vez, nunca vimos a nadie en nuestra planta, así que el baño era prácticamente nuestro (también es verdad que con los horarios de jubilado que nos marcábamos no era difícil encontrarlo siempre vacío).
Vamos a por el segundo día, el cual a pesar de estar completamente nublado, hizo bastante calor y comenzó con un buen madrugón. Teníamos muchas cosas apuntadas que ver en Manhattan pero no sabíamos qué cosas había importantes en los demás distritos para verlos por nuestra cuenta; y todo el mundo siempre dice que si viajas a Nueva York no puedes limitarte solo a Manhattan, así que contratamos el Tour de Contrastes, que te lleva por todos los distritos, menos Staten Island, enseñándote los puntos de mayor interés y contándote algunas curiosidades.
El bus pasó a recogernos a la puerta del hostal a las 7:40. Comenzamos viendo un poco de Manhattan, mientras recogíamos a los demás, pasando junto al río, el edificio de las Naciones Unidas y Hell’s Kitchen, hasta llegar a Harlem, que se encuentra al norte de Manhattan. Aquí no hicimos ninguna parada y el guía se limitó a contarnos un poco de la historia del barrio y de las misas gospel.
El siguiente distrito fue el Bronx, donde hicimos parada junto al estadio de los Yankees y en una comisaría de policía donde nos dejaron entrar. También paramos en los graffitis de “I love the Bronx” y del rapero fallecido Big Pun.
En Queens, vimos la zona rica e hicimos parada en el parque Flushing Meadows, donde se encuentra la Unisphere, una estructura metálica que representa La Tierra. Por último visitamos el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, donde vive una gran comunidad de judíos ortodoxos. Solo decir que pasear por ahí es como retroceder 50 años en el tiempo.
Con los distritos vistos, había opción de quedarse en Brooklyn o terminar el tour en Chinatown. Nosotras escogimos Brooklyn para explorarlo un poco más. Haciendo tiempo hasta la hora de comer, dimos una vuelta por Dumbo y el Main Street Park, un parque junto al río desde donde hay unas vistas del puente de Brooklyn y de Manhattan impresionantes. Luego fuimos a comer al Julianna’s, también en Brooklyn. Se dice que las mejores pizzas de Nueva York se comen en Grimaldi’s (que está en la misma calle) pero, como curiosidad, Julianna’s es el local que originó Grimaldi´s (un cocinero del Julianna’s, Patsy Grimaldi, sobrino del dueño, abrió Grimaldi’s). Sea como sea, la pizza estaba espectacular y mereció la pena la cola que tuvimos que hacer para entrar.
Después de comer cruzamos andando el puente de Brooklyn para bajar la pizza y, una vez al otro lado, en dirección al Financial District, vimos el ayuntamiento y el World Trade Center, al cual decidimos no subir porque ya teníamos planeado subir al Empire y al Top of the Rock. En su lugar contemplamos impresionadas el Memorial del 11S, un homenaje construido en memoria de las víctimas del 11S que consiste en dos enormes fuentes sobre las que desembocan varias cataratas artificiales situadas exactamente en el lugar que ocupaban las Torres Gemelas. El sonido que producen y lo inmensas que son hacen que experimentes una sensación difícil de expresar, es como si te fuesen a absorber.
En este punto del día comenzó a llover pero teníamos planeado visitar el Museo del 11S, que se encuentra allí mismo, así que pudimos resguardarnos. Es un museo también dedicado a las víctimas, donde hay objetos personales encontrados entre los escombros, restos de los edificios, testimonios de los supervivientes y un montón de detalles de interés para comprender mejor lo que pasó. Es muy recomendado para ver cómo vivieron allí los acontecimientos.
Continuamos caminando hacia el sur de Manhattan para coger el ferry a Staten Island, viendo por el camino Wall Street y la famosa estatua del Charging Bull. Nuestra idea había sido ir esa tarde a la Estatua de la Libertad, pero no íbamos a poder subir porque las entradas estaban agotadas y todo el mundo decía que ir a la isla llevaba mucho tiempo y si no se subía no merecía realmente la pena. Así que en su lugar cogimos el ferry, que pasa por delante, y así poder ver el atardecer y Manhattan iluminado a la vuelta. Es una buena opción si no se tiene mucho tiempo. El ferry es gratis y hay uno cada 15 minutos. El único inconveniente es que la estatua se ve un poco lejos, pero vale para hacerte la idea.
Así estuvimos en los cinco distritos en un día, aunque de Staten Island solo viéramos la estación de ferry porque llegamos y nos subimos en el siguiente que volvía para no perdernos el atardecer. Al volver estábamos ya tan reventadas que pusimos rumbo al hostal, cogimos por el camino una ensalada para cenar en la habitación y a las 22:30 ya estábamos durmiendo sin ni siquiera poner la alarma para el día siguiente.
Día 3
Como el jet lag es un asco y nos habíamos ido bastante pronto a dormir, a las 6:40 ya estábamos en pie sin necesidad de despertador y a las 8 pateando una muy gris Times Square. Y es que, lo que nosotras creemos que fueron los restos del huracán Florence, nos hicieron una visita ese día, brindándonos con un día completamente encapotado, bochornoso y en el que llovía a cada rato. Pero no os preocupéis, en Praga aprendimos la lección y ya íbamos con el paraguas en el bolso.
Caminamos hasta el Rockefeller Center, por donde vimos el Rockefeller Plaza y la estatua Prometheus, el Radio City Music Hall y la escultura ATLAS. Teníamos planeado subir ese día al observatorio del Top of the Rock, pero con el cielo tan nublado decidimos dejarlo para el día siguiente y modificar un poco nuestros planes. Bordeamos el Rockefeller Center hasta el lado que da a la 5ª Avenida, donde justo en frente está la catedral de San Patricio, que resalta bastante al ser una arquitectura de estilo neogótico, rodeada de inmensos edificios con cristalera.
Abriendo y cerrando el paraguas a intervalos, recorrimos la 5ª Avenida en dirección Downtown, pasando por el Bryant Park y la Biblioteca Pública. Nos desviamos para entrar en la Grand Central Terminal, la estación de tren más grande del mundo en número de andenes, y que por dentro es preciosa. Aquí echamos un rato recreando el primer capítulo de Gossip Girl (verás que este es un tema que se va a repetir bastante).
Al lado de la estación entramos al vestíbulo del edificio Crysler y continuamos recorriendo Park Avenue, viendo el Madison Square Park, el Flatirion y Union Square; y continuamos hacia el barrio de Chelsea donde subimos al High Line, un parque elevado que supuestamente es muy bonito pero, o nosotras no supimos apreciarlo o escogimos el tramo más feo, porque fue una decepción. Lo único guay que tenía era el graffiti del Beso y, tras andar un rato buscándolo, descubrimos que lo habían borrado en 2016.
A estas alturas estábamos escuchando truenos. Aún era un poco pronto para comer, pero ya estábamos cansadas (por aquí Google Fit ya decía que llevábamos más de 20.000 pasos); y, sin más que ver, entramos a refugiarnos en el Chelsea Market, que nos habían recomendado para comer. En este rato se puso a diluviar de una forma que yo no he visto en mi vida.
Por fortuna, cuando terminamos de comer ya había dejado de llover y pudimos coger el metro para parar en el Madison Square Garden. Fue una visita express, en la que salimos de la estación, sacamos la foto y volvimos a entrar porque ¡sorpresa! estaba empezando a llover otra vez. Cogimos el metro hasta el MoMa y nos refugiamos allí de la lluvia durante un par de horas admirando La Noche Estrellada de Van Gogh y buscando desesperadas las Latas de Campbell y los Relojes Blandos de Dalí, hasta que descubrimos que habían sido prestados a un museo de Australia.
Viendo el día tan triste que hacía decidimos visitar otro museo, el de Historia Natural. Visita obligatoria para visitar a los dinosaurios que tanto le gustan a Ross Gueller (referencia solo para fans de Friends). Estaba muy chulo pero cerraba a las 5, así que nos quedó medio museo por ver.
Y aquí igual estáis pensando ¿solo las 5? O igual no, pero ese era el pensamiento que teníamos nosotras, que sentíamos que ya podían ser las 11 de la noche perfectamente. Habíamos madrugado tanto y pateado tanto por la mañana que nos había cundido demasiado el día y ya estábamos listas para ir a dormir; pero no parecía correcto ir a dormir a las 5 de la tarde. Como tampoco teníamos fuerzas para nada decidimos entrar en Central Park, que está frente al museo. Tranquilos, no lo hacíamos bajo la lluvia. Aquí ya había salido el sol, aunque estaba todo mojado y buscar un sitio donde sentarnos fue toda una odisea. Allí pasamos como una hora, vimos el puente Bow Bridge y el Strawberry Fields, un memorial a John Lehnon.
Cuando ya estábamos cansadas hasta estando sentadas y, aunque parecía muy pronto para cenar porque eran alrededor de las 18:30, nos dirigimos a buscar el Grey’s Papaya, un local de perritos calientes en esa zona que todo el mundo recomienda por tener los mejores perritos de Nueva York y ¡era verdad! Bueno, no es que probásemos ningún otro perrito caliente en Nueva York, pero estaban verdaderamente ricos. Los comimos sentadas en un banco. Aún no había empezado a anochecer.
Como postre muchos blogs recomendaban las cookies del Levian’s Bakery, que se suponía estaba muy cerca de allí y pensábamos que después de aquel día tan intenso, nos las habíamos ganado (esto es mentira porque ya lo llevábamos planeado desde España). Pero al llegar donde debería estar el local nos encontramos con un cartelito de traslado a un par de bloques más adelante. Ya fuera por las fuerzas renovadas que nos había dado aquel perrito o por la promesa de unas cookies, lo hicimos: seguimos pateando hasta encontrar el local. Solo diré que dicen ser las mejores cookies de Nueva York y estoy dispuesta a darles toda la razón.
Número de pasos: 40.535. Récord personal.
Día 4
Este día nos sorprendió con un espléndido sol brillando en un cielo completamente despejado. Llenas de energía, fuimos al centro y cogimos el desayuno en el Magnolia Bakery (hola, fans de Sexo en Nueva York) y lo tomamos en los Channel Gardens del Rockefeller Center con vistas a la 5ª Avenida, sintiéndonos auténticas neoyorkinas. Luego fuimos a Tiffany’s porque si eres fan de Desayuno con Diamantes, no te puedes ir de Nueva York sin tomar el café frente al escaparate (¿esto es solo nosotras?).
Aprovechando el cielo azul, y después de pasar por el hotel Palace (Gossip Girl), subimos al observatorio del Top of the Rock, desde el cual las vistas son simplemente impresionantes. Habíamos visto mucha controversia entre si lo mejor era subir al Top of the Rock por el día y al Empire State Building por la noche o al revés. Nos decidimos por esta porque parecía tener sentido que lo que verdaderamente te interesa ver de día es Nueva York con el Empire en el centro y, claro, desde el Empire… pues no lo ves.
Fue esa mañana paseando por la 5ª Avenida y alrededores cuando comenzamos a tener esa sensación de ¡ESTAMOS EN NUEVA YORK! Una pena que solo nos quedasen dos días.
Cogimos el metro hasta el Upper West Side para ver el Lincoln Center, el hotel Empire (de nuevo, Gossip Girl) y terminamos cogiendo la comida en el Whole Foods de Columbus Circle para hacer más tarde un picnic en Central Park.
Comenzamos nuestro recorrido de Central Park por la entrada suroeste, pasando por el estanque y el puente de Gapstow, el Wollman Rink, donde en invierno ponen la pista de hielo y ahora tiene una feria; la fuente Bethesda, el Conservatory Water, el estanque donde están los barcos teledirigidos, y la escultura de Alicia en el País de las Maravillas y, por último, nos detuvimos a comer sentadas en el césped.
Después de comer y de descansar un poco salimos del parque para visitar el MET, que estaba al lado (antes, por supuesto, haciéndonos la foto obligatoria en las escaleras muy a lo Blair y Serena). Y así echamos parte de la tarde en el MET viendo las exhibiciones fijas y la temporal, donde este año tenían una exposición dedicada al catolicismo en la moda. Este día también llegamos a los 40.000 pasos y yo estoy convencida que gran parte fueron tratando de salir del MET, que es como un laberinto formado por galerías y ni con mapa es posible orientarse.
Al salir recorrimos la 5ª Avenida hacia el sur hasta llegar al Hotel Plaza y cogimos el metro para subir al Empire State Building y ver desde allí el atardecer. Es una experiencia preciosa ver como el sol va bajando poco a poco y los edificios se van iluminando.
Al bajar entramos en un Pret a Manger, una especie de Starbucks de comida saludable, donde cogimos un sándwich y algo de fruta. Para terminar el día pasamos por las tiendas de Disney y de M&M’s en Times Square.
Día 5
Este fue un día más de relax. Las temperaturas bajaron bastante y lo dedicamos a pasear por los barrios de Tribeca, donde hicimos parada en el Hook & Ladder, el edificio de los Cazafantasmas; por Soho, por Greenwich Village, recorriendo Bleecker Street y haciendo parada en los apartamentos de Friends y de Carrie Bradshaw; y viendo Washington Park y NYU. Recorrimos Nolita y Little Italy, donde eran las fiestas de San Genaro, llegando hasta Chinatown y volviendo a subir en dirección al Lower East Side para comer en el Katz’s Deli, un restaurante famoso por sus sándwiches de pastrami, pero sobre todo por ser EL restaurante de Cuando Harry conoció a Sally (a estas alturas tenéis que haber asumido ya que somos un poco frikis). El sándwich estaba buenísimo pero llevan una burrada de carne. Con uno comen dos perfectamente.
Habiendo visto todo lo que teníamos planeado, paseamos relajadamente hasta Brooklyn, volviendo a cruzar el puente y pasamos la tarde en el Parque de Brooklyn, desde donde contemplamos unas vistas increíbles del atardecer. Una forma mágica y perfecta de terminar nuestros días en Nueva York.