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¿Por qué las dietas no siempre funcionan?

Por qué las dietas no funcionan

Hoy en día, gracias a Internet, tenemos al alcance de nuestra mano una infinidad de dietas que prometen ser la definitiva y con la que por fin perderás esos kilos que te sobran para siempre. Parece de cajón que si de verdad alguna hiciese lo que promete, no necesitaría haber tantas porque la gente tras hacer una, ya no necesitaría nunca volver a ponerse a dieta. Sin embargo, la gente que prueba alguna de estas dietas, rara vez es su primera vez. Muchos, incluso, dirán que llevan toda la vida a dieta sin obtener resultados definitivos. ¿Por qué las dietas no siempre funcionan?

Vamos a dejar de lado que muchas de estas dietas carecen de base científica, incluso pueden llegar a ser peligrosas; y algunas el único objetivo que buscan es que los que las promocionan hagan negocio con suplementos y productos dietéticos, porque esta entrada no es para criticar algunas dietas milagro en concreto, sino el concepto de dieta en sí, entendiendo esta como una pauta alimentaria en la que restringimos el número de calorías.

Por supuesto, hay que tener presente que en ocasiones para mejorar algún marcador (colesterol, tensión, glucosa en sangre), hace falta seguir una dieta más estricta para obtener unos resultados rápido y evitar problemas. Todo lo que vamos a hablar es sobre dietas que utilizamos para obtener resultados estéticos.

¿Por qué es tan difícil seguir una dieta?

Cualquiera que haya estado a dieta tendrá una cosa clara: hacer dieta es difícil. Esto se debe a los mecanismos que pone en marcha nuestro organismo para defenderse y a la mentalidad que nosotros adoptamos.

Nuestro cuerpo no sabe que lo que queremos es vernos más guapos, sino que de repente le están llegando menos calorías y, por lo tanto, menos energía para realizar sus funciones vitales, por lo que tiene que intentar remediarlo. Para ello, disminuye la secreción de leptina (hormona saciedad) y aumenta la de grelina (del hambre), para indicarte que estás comiendo menos de lo habitual y tienes que ingerir más. Al mismo tiempo, disminuye el metabolismo basal para ahorrar energía, por lo que se consumen menos calorías en reposo.

Por otro lado está nuestra mentalidad y cómo reaccionamos a estímulos externos. Como dice el anuncio del oso blanco, basta que te digan que no puedes pensar en una cosa para que solo puedas pensar en ello. Y esto es lo mismo. Basta que te propongas ponerte a dieta para que pienses más en comida y los anuncios publicitarios te llamen la atención más que antes. Aquí tampoco ayuda que tus niveles de hambre hayan aumentado.

¿Por qué las dietas no funcionan?

Da igual que sean hipocalóricas o de restringir alimentos (aunque muchas de estas también son hipocalóricas), como ya he dicho en la introducción, hay un patrón característico en una persona que se pone a dieta: no es la primera vez que lo hace. En muchos casos al principio les iba bien durante las dietas pero luego recuperaban el peso, ahora ya son incapaces de perderlo.

El principal problema de las dietas es que son estrategias a corto tiempo. Nos ponemos una fecha de comienzo y una de fin, ya sea cuando hayamos bajado X kilos, porque la dieta es de 21 días clavados, o la boda a la que nos han invitado. Lo que pasa en estos casos es que podemos perder peso con cierta rapidez pero en cuanto se termina el plazo, retomamos nuestros hábitos anteriores, sin haber aprendido nada. Y, como es lógico, recuperamos ese peso.

Pero la cosa no queda ahí. Como hemos alterado las hormonas del hambre y la saciedad y nuestro metabolismo, no volvemos a nuestro peso anterior, sino que es frecuente coger unos kilos más de regalo. Aquí decidimos ponernos de nuevo a dieta y se repite el proceso. Con la diferencia de que cada vez nos va a costar más perderlos hasta que al final no veamos diferencia.

Otra de las razones por las que las dietas no siempre funcionan es que estas se pueden centrar en reducir el número de calorías pero no en la calidad de los alimentos de los que proceden. De esta forma pueden abundar en nuestra alimentación productos light o ‘para cuidar la línea‘ con ingredientes como edulcorantes, azúcares, grasas de mala calidad o carbohidratos refinados que están impidiendo la pérdida de peso.

¿Qué podemos hacer en cambio?

Si nuestra intención es sólo bajar peso y no mejorar ningún marcador cardiovascular que apremie en estos momentos, es mucho más sensato tomar las medidas para seguir un estilo de vida saludable en general, que buscar una dieta y que prestemos atención a nuestros niveles de hambre y saciedad y diferenciemos el hambre emocional.

La pérdida de peso será más lenta pero también supondrá menos desajustes en nuestro organismo, que podamos mantenerlo en el tiempo y mejorar nuestra salud a nivel general. Esto no es solo seguir una alimentación saludable, sino hacer ejercicio de forma habitual y controlar el estrés en la medida que nos sea posible.

La ventaja de no tener la mentalidad de estar a dieta ni contar calorías, sino seguir una alimentación basada en materias primas donde abunden las frutas y verduras, en el que este es un hábito y no algo que nos proponemos un tiempo determinado, es que se reduce ese estrés y obsesión por la comida que aparece cuando se está a dieta. Además es más fácil que se disfrute de la comida y se experimente con recetas nuevas que nos gusten, especialmente a medida que vamos apreciando los beneficios (no solo en peso, sino en nuestro bienestar y salud, que es mucho más importante que el número que indica la báscula).

Y si un día nos damos un capricho, no nos estamos saltando la dieta, nos sentimos mal por ello y echamos el resto del día a perder, sino que entendemos que dentro de una alimentación saludable hay hueco para todo de manera ocasional y puntual y podemos disfrutarlo sin crearnos frustración.

Espero que esta entrada te haya servido para entender por qué las dietas no siempre funcionan y que es mucho más efectivo seguir un estilo de vida saludable 🙂

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