Nos referimos como alimento funcional a aquellos alimentos a los que se les ha añadido, eliminado o sustituido “algo” para que tengan un valor nutricional mayor al del producto original. Debido a ello, estos alimentos se nos suelen vender con funciones concretas, por ejemplo, “para aliviar el estreñimiento”, “para reducir el colesterol”, “para cuidar la línea”, “para fortalecer las defensas”… Seguro que te vienen a la mente un montón de estos productos que se anuncian en la televisión, o que lo ponen bien grande en el paquete para que no lo pases por alto. Quizá incluso hayas metido alguno en el carrito de la compra para obtener alguno de los beneficios que aseguran. Desafortunadamente, la verdad es que los alimentos funcionales, por lo general, no funcionan.
¿Cómo nos engañan con los alimentos funcionales?
Ya vimos en esta entrada lo que había detrás de unas galletas que se venden como una ayuda para reducir el colesterol. Estas pueden contener un compuesto concreto que realmente tiene esta función, sin embargo, se va a encontrar en una cantidad muy pequeña y nos sería imposible obtener con una ración de ese alimento la cantidad mínima en que tendría un efecto beneficioso. A eso habría que añadir que, a pesar de ese componente saludable, el producto en su conjunto no lo es, debido a estar compuesto principalmente por azúcar, harinas refinadas y grasas de mala calidad.
También vimos cómo los yogures bebibles que se nos venden como imprescindibles para cuidar las defensas, lo único que tienen de especiales es que están reforzados con una vitamina que ayuda a esto, pero de la cual no tenemos ninguna deficiencia y la obtenemos sin problema a lo largo del día con una alimentación saludable. Así que de especial nada, igual que los yogures tipo bífidus, cuya cepa exclusiva no aporta beneficios mayores que aquellas que encontramos en un yogur normal.
Se consideran también alimentos funcionales aquellos en los que se ha sustituido el azúcar por edulcorantes o se ha eliminado la grasa. En estos casos será común ver que se anuncien como “light” o que aseguren ser ideales para mantener un peso correcto aunque estemos hablando de mayonesa o leche condensada.
Aquí estamos viendo algo importante, que nos explica por qué este tipo de alimentos (dejando de lado si sus propiedades son reales o no) no son saludables y es que, en su mayoría, los alimentos funcionales, son alimentos ultraprocesados que, ya de por sí, raramente son saludables (repito, no todos tienen por qué ser ultraprocesados, por ejemplo, la leche o los yogures los incluiríamos en la categoría de procesados saludables, siempre y cuando no estén azucarados o edulcorados).
Conclusión
Los alimentos funcionales nacen de una estrategia de marketing para aprovecharse del deseo del consumidor por optimizar su alimentación y que así compre engañado productos que crea que van a aportar un beneficio rápido sobre su salud (como reducir el colesterol, perder peso o fortalecer las defensas) o simplemente que asuma que un producto es mejor que otro (por ejemplo, una leche reforzada con Omega 3 o una mermelada edulcorada).
Por suerte, esto está cada vez más regulado y desde el 2006 la EFSA (Autoridad Europea de Sanidad Alimentaria) se encarga de supervisar estas supuestas propiedades, sin embargo, como vimos en el caso del Actimel, las marcas siempre encuentran una forma de dar rodeos y salirse con la suya, por ello es muy importante que tengamos cuidado, prestemos atención y no nos dejemos engañar por reclamos milagrosos. Con una alimentación saludable, basada principalmente en materias primas, no hace ninguna falta recurrir a alimentos enriquecidos o funcionales que, además de ser más caros que sus versiones normales, no funcionan.