Viajes: 4 días en Oporto

Viajes: 4 días en Oporto

¡Hoy vengo con otra entrada de viajes! Esta vez, mi amiga Natalia y yo hicimos una escapadita a principios de octubre a Oporto con paradas también en Aveiro, Guimaraes y Braga.

Antes de empezar, cabe destacar dos cosas. La primera, cuando vas a Oporto, vas sabiendo que hay alguna cuesta, pero lo que te encuentras al llegar allí es algo de otro nivel. Es imposible hacer un trayecto de cinco minutos sin tener que subir o bajar alguna cuesta, lo que hace que patear la ciudad sea todo un entrenamiento aeróbico.

La segunda, también te dicen que no te preocupes por el idioma porque allí todo el mundo habla español, lo que tiene mucha lógica; pero, o nosotras tuvimos muy mala suerte y nos topamos con los cuatro portugueses que no hablaban casi nada de español o la gente es una mentirosa. Ya nada más cruzar la frontera se nos hizo raro que todos los carteles de la autopista estuviesen solo en portugués. Nada de español aunque estemos al lado, ni siquiera nada de inglés para ayudar un poco. Nos cruzamos con varias señales donde lo único que entendíamos era “¡Atención!”, lo cual, no da muchos ánimos, claro. En los menús, al menos los que nosotras vimos, tampoco había rastro de español o inglés y cada vez que preguntábamos a alguien si hablaba español nos ponían una cara que parecía decir “bueno, voy a intentarlo pero no te prometo nada”.

Día 1

Salimos de León bien prontito, calculando para llegar con tiempo suficiente para encontrar el hotel (que estaba en Vila Nova de Gaia, al otro lado del río), hacer el check-in, dejar las cosas, descubrir cómo funcionaban los autobuses, ir al centro y comer porque teníamos reservado un tour a primera hora de la tarde.

Después de pegarnos el madrugón y repetirnos durante el viaje una y otra vez, tratando de autoconvencernos y no estresarnos, que íbamos con tiempo suficiente para hacerlo todo, incluso si algo nos salía mal (porque esto nos suele pasar a veces), tuvimos una repentina iluminación poco antes de cruzar la frontera: “Oye, en Portugal no hay una hora menos que en España?” “¡Ostras, si!“, acompañada de un: “¡Toma ya, hemos ganado una hora por la cara, ahora sí que tenemos tiempo de sobra!” y seguida por un: “La madre que nos parió, que podríamos no haber madrugado tanto“.

Tras este pequeño colapso neuronal, nuestra primera aventurilla no se hizo de rogar. Después de haber investigado profundamente y que cada persona que conocíamos que había estado en Portugal nos hubiese explicado cosas distintas sobre cómo funcionaba la autopista y los peajes automáticos, la verdad es que nos las apañamos muy bien, sin problema. Hasta que llegó el peaje normal. Como en España, sacamos la tarjetita al entrar en esa autopista, pero al salir ocurrió algo muy curioso. El navegador nos mandó ponernos en un carril por el que no había cabina, así que, obedientes (porque no quieres llevarle la contraria al navegador en un país desconocido), cambiamos de carril y pasamos sin pagar pensando que más adelante habría otro peaje donde podríamos hacerlo. Pero ese peaje nunca apareció, así que llegamos a Oporto sin haber pagado la autopista. Pero bueno, ha pasado más de un mes y aún no nos ha llegado ninguna multa así que tenemos esperanzas.

Llegamos al hotel, el cual, nos costó encontrar. Luego resultó no ser el nuestro, sino otro de la misma cadena. Ya nos había parecido que el buffet era demasiado lujoso para lo barato que nos había salido, pero es bonito hacerse ilusiones, aunque no tanto que se derrumben y te manden a un hotel donde el lavabo y la ducha están en la propia habitación y el retrete tras una puerta sin pestillo. Eso sí, estaba en muy buenas condiciones y era muy moderno, tenía unas luces de aclimatación que nos fascinaron. Porque a nosotras con poco se nos hace felices.

Tras dejar nuestras cosas en el hotel, se sucedieron una serie de interacciones en las que todo el mundo al que preguntamos cómo sacar la tarjeta del autobús, básicamente, nos mintió. La recepcionista del hotel con su escaso español nos dijo que solo la vendían en en un sitio en la otra punta de la ciudad, y en todas las oficinas de turismo, también con un español cuestionable, nos contaron un cuento distinto o nos intentaron vender alguna otra cosa. Al final, usamos la lógica y, como cualquier persona normal, sacamos la tarjeta en una maquinita de la estación de metro.

Con esto tachado de la lista, nos sentamos en una terracita al lado del Hard Rock Café a comer una francesinha, que es el plato típico de Oporto y consiste en un sándwich relleno de salchicha, chorizo, jamón y bistec, con un huevo y queso por encima. Todo ello flotando en una salsa, digamos de tomate y algo más, que, según la guía del tour, cuanto más radioactivo es el color, mejor es la francesinha. La nuestra era de un rojo oscuro así que suponemos que nos tocó una de las mediocres, pero aún así estaba rica (no esperéis encontrar la receta pronto en el blog). Por supuesto, todo ello acompañado de patatas, no sea que te vayas a quedar con hambre.

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Francesinha

Con esta bomba calórica en la barriga lo único de lo que fuimos capaces fue de sentarnos en un banco cerca del punto de encuentro del tour y esperar a que llegara la hora, esforzándonos por no morir.

Salimos desde Avenida Aliados, donde están la Fuente de la Juventud y la estatua de Don Pedro, que fue rey de Portugal durante ocho días y luego abdicó en su hija María, de siete años y se convirtió en el primer emperador de Brasil para luego también abdicar, esta vez en su hijo de seis años, y volver a Portugal porque su hermano le había quitado el trono a su hija. Tras vencer, su hija recuperó el trono y Don Pedro murió de tuberculosis pero es tan querido que guardan su corazón bajo cinco llaves en un tarro y lo sacan de vez en cuando.

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Avenida Aliados y Ayuntamiento

Continuamos la visita recorriendo las calles hasta llegar a las Iglesias del Carmen y de las Carmelitas, dos iglesias que están prácticamente pegadas la una a la otra y solo las separa la casa más pequeña de todo Oporto. La Iglesia del Carmen tiene una fachada de azulejos muy bonita.

Pasamos por la Rectoría y el Palacio de Justicia, donde tienen a la entrada una estatua de la Diosa de la Justicia. Esta estatua es muy peculiar porque no es ciega, la balanza está caída y la espada está en primer plano. Construida durante la dictadura, viene a decir que la justicia en aquel momento ni era ciega, ni ecuánime, ni imparcial.

También visitamos la estación de tren de São Bento donde hay un gran mural de azulejos con varias representaciones históricas, entre ellas, una batalla contra el rey de León, Alfonso VII. No os digo quién ganó por cuestión de orgullo.

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Estatua de la Justicia

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Estación Sao Bento

Continuamos pasando por la Catedral y, tras callejear un poco, terminamos el tour en la Ribeira.

Una cosa que llama mucho la atención cuando paseas por Oporto es que te encuentras a gente joven con unos uniformes negros súper elegantes, de traje y capa. Según la guía, esto es lo que inspiró a J.K. Rowling con los uniformes de Hogwarts pero quién sabe si es verdad.

Volviendo al uniforme, este lo pueden llevar los universitarios que pertenecen a la praxe y hayan pasado un rito de iniciación. Básicamente es dejarte hacer putadas por los veteranos durante un año entero y, si sobrevives, puedes pasarte los otros tres restantes haciéndole tú putadas a los novatos y vistiéndote con ropa guay para demostrar tu superioridad.

Para terminar el día, la guía nos había recomendado durante el tour visitar el McDonalds de la Avenida Aliados por dentro porque es de estilo art deco, así que, como visita cultural y haciendo los deberes, nos tomamos un McFlurry, antes de volver al hotel y engancharnos al Quién quiere ser millonario en portugués.

Día 2.

Para nuestro segundo día teníamos reservada una excursión a Costa Nova y Aveiro. En Costa Nova solo nos detuvimos unos minutos para ver el paseo de la playa, donde están las casitas de colores que son un verdadero encanto.

En Aveiro hicimos un paseo en barco por el río a bordo de uno de los tradicionales barcos ‘Moliceiros’ y luego tuvimos media hora libre donde nos dedicamos a hacer algunas fotos.

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Costa Nova

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Aveiro

De vuelta en Oporto dedicamos el resto del día a ver en más profundidad lo que nos había enseñado la guía el día anterior. Paseamos por el Jardín de la Cordoaria, frente al Palacio de la Justicia, donde están las estatuas de los hombres riendo, y por la Torre de los Clérigos, a la que decidimos no subir porque estábamos hasta las narices de subir cuestas.

Regresamos a la Avenida Aliados, donde está el ayuntamiento y frente a él las letras de PORTO, junto al que nos sacamos una foto y donde unos turistas muy espabilados le echaron morro, se saltaron la cola y les echamos la bronca en todos los idiomas que supimos.

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Torre de los Clérigos

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Ayuntamiento

A la hora de comer paramos en un restaurante frente a la estación de tren, donde Natalia probó el bacalao, que también es típico de allí. Yo, como no soy amiga del pescado, me comí una ensalada.

Por la tarde recorrimos la Calle de las Flores, que, con semejante nombre, te imaginas bonita y con tiestos coloridos en los balcones. Pues no, no hay una puñetera flor en toda la calle. Después subimos al Mirador da Vitória, desde donde se ve el río, el puente, la catedral y Vila Nova de Gaia con sus bodegas.

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Mirador da Vitória

Ya en plan relax terminamos la tarde dando un paseo por la Rua Santa Catarina, que es la calle donde están todas las tiendas (menos el Primark que, a pesar de tener dos, están a tomar por culo).

Día 3

Para nuestro último día en Oporto teníamos reservado un crucero por los seis puentes. Con calma, cruzamos el puente de Don Luis I y bajamos a pasear por la Ribeira del lado de Vila Nova de Gaia y ver las bodegas por fuera y como luego aún nos sobraba bastante tiempo hasta la hora del crucero, fuimos a ver la catedral por dentro, que no está muy lejos.

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Ribeira y Puente Don Luis I

Tras hacer el crucero fuimos directamente a comer. Paramos en un restaurante pequeñito cerca de la Ribeira donde vimos que tenían algunos platos típicos y probamos la sopa verde (sí, se llama así, originalidad ante todo); el chorizo a la brasa que te ponen en la mesa sobre una fuente de barro con alcohol al que prenden fuego para que tú lo hagas tanto como quieras y que nos daba mucho miedo; y algo que nunca sabremos si era una salchicha tradicional extraña o que el camarero no nos entendió y nos trajo una especie de croqueta gigante.

Después de comer fuimos a visitar la librería Lello, la cual inspiró las escaleras que se mueven de Hogwarts y, la verdad, es que mola mucho. Suele haber bastante cola y hay que pagar entrada, pero si compras un libro te descuentan los 5 euros de la entrada.

Pasamos el resto de la tarde en los Jardines del Palacio de Cristal, que tiene unas vistas muy bonitas, y para terminar fuimos a ver el mercado Bolhao y nos comimos un merecido pastel de nata, que es el dulce típico de allí (aunque lo que ellos llaman nata, para nosotros es la crema pastelera de toda la vida). No lo vamos a negar, para dos Natalias, ver toda la ciudad llena de carteles tipo ‘el mundo necesita Nata’ o ‘Nata de oro’ nos hizo sentir como si fuésemos las dueñas de la ciudad.

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Mirador de los jardines del Palacio de Cristal

Día 4

A la hora de marchar, Oporto nos despidió con un tráfico digno solo de Los Ángeles. Lo bueno es que esta vez en la autopista pasamos por donde era y pagamos el peaje, así que no tenemos que temer una segunda multa.

De camino, hicimos una parada en Guimaraes, que es conocida como la ciudad en la que nació Portugal porque allí nació Alfonso I, el primer rey de Portugal. En Guimaraes visitamos el palacio de los Duques de Braganza y el castillo y luego fuimos a comer a Braga, que está a veinte minutos, y por la tarde visitamos el Santuario Bon Jesús, famoso por sus impresionantes escaleras barrocas (aunque nosotras subimos en coche).

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Guimaraes

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Santuario Bon Jesús

Antes de emprender el camino de vuelta nos felicitamos porque era muy buena hora para salir y llegar a casa a una hora prudente, hasta que caímos en la cuenta de que habíamos vuelto a olvidar el dichoso cambio de hora y esta vez no jugaba a nuestro favor y llegamos justo a la hora de la cena.

¡Espero que hayas disfrutado leyendo esta aventurilla! 

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