Mi experiencia con la ansiedad…
Como algunos sabréis, mayo es el mes de la Salud Mental. Un tema del que se habla poco (aunque, por suerte, cada vez se habla más) y se tiende a estigmatizar, a pesar de que son muchas las personas que sufren algún trastorno relacionado, a menudo en silencio o sin saberlo. Por eso, es el momento de hablar de ello, a pesar de que sea difícil hacerlo.
En mi caso, hace 10 años (cuando tenía 17) que comencé a experimentar síntomas de ansiedad y pocas veces he hablado de ello abiertamente como lo voy a hacer ahora, por varios motivos. El primero, solo escribiendo estas palabras ya está haciendo que se me acelere el corazón, me tiemblen las manos y sienta por dentro una sensación de la que, siempre que aparece, trato de huir lo más rápido posible.
El segundo, cuando hablas de ello, a veces puedes tener la sensación de que la gente cree que intentas dar pena o que no te están entendiendo. Aún así, por mucho que me cueste, me parece importante compartirlo, porque durante más de 5 años, el mayor problema que yo tuve fue precisamente que no sabía que lo que me pasaba tenía un nombre y que mucha gente pasa por situaciones parecidas, porque ningún médico ponía en conjunto todos los síntomas que tenía; y tampoco se hablaba de ello, así que por mucho que buscase en Internet (cosa que no recomiendo), tampoco encontraba nadie que le pasase lo mismo. Lo que hacía que me encontrase peor al no entender por qué a mí me pasaba todo esto.
Aviso de antemano que esta entrada será larga porque prefiero extenderme y que quede claro, a pasar el mal rato escribiendo esto para que no sirva de nada. Y recordad que la situación de cada uno es completamente diferente, así que nuestra ansiedad también lo será. No todo el mundo tiene los mismos síntomas, ni los mismos miedos. Esto va a ser mi experiencia personal.
Vamos a dejar las cosas claras: tener ansiedad es un asco. Por muchos motivos. Que algunas situaciones te produzcan sensaciones que sabes que no tienen sentido, los diversos síntomas que puedes experimentar, cambios de humor repentinos que no sabes de dónde salen, la incomodidad y vulnerabilidad de hablar de ello… pero sobre todo, que la mayoría de la gente no tiene ni puñetera idea de lo que es, pero todos creen tener una sencilla solución o una opinión. Esto último hace que hablar de ello en profundidad sea difícil.
Empezando por el principio, yo comencé a mostrar las primeras señales de ansiedad a finales del 2009, cuando cursaba 2º de Bachillerato. Nunca he descubierto por qué comencé, si fue la presión del curso, que siempre he sido algo nerviosa, otra cosa o una acumulación de diversos factores que después de tanto tiempo, se me escapan. Porque, a veces, la ansiedad no aparece por una razón concreta. Esta es otra cosa que la gente no parece pillar.
La cuestión es que de pronto un día, comencé a sentir nauseas. Unas nauseas que aparecían desde el momento en que me sentaba en el pupitre hasta que me iba a casa (esto al médico le hizo mucha gracia y hasta hizo alguna broma con ello, lo cual, no ayudó mucho). Me dieron pastillas, pero no hacían nada. Al final, como era consciente de que la situación en que me entraban era muy sospechosa (el médico estaba convencido de que simplemente buscaba una excusa para no ir a clase), opté por no quejarme más de ello y confié en que igual que habían empezado, se irían en algún momento.
El problema es que, no solo no se fueron, sino que unos meses después aparecieron los vértigos periféricos, debido a la tensión que estaba acumulando en el cuello. Esto, sumado a los sofocos y los mareos que también comenzaron a aparecer, me creaban una sensación de inestabilidad y de que estaba continuamente a punto de desmayarme. Lo que hacía salir de casa todo un sufrimiento. Me hacían pruebas y no encontraban nada, lo que hacía que me encontrase aún peor porque parecía que me lo estaba inventando todo y comenzaba hasta a darme vergüenza tener que explicarlo.
Al final, como con las nauseas, llegó un momento en que dejé de quejarme de ello; pero claro, esa sensación seguía ahí y lo pasaba mal cada vez que tenía que salir de casa, así que apenas salía, excepto para ir a clase y porque tenía que hacerlo. Pero este miedo hizo que generalizase la ansiedad y situaciones que antes no me producían ningún problema, como espacios con mucha gente, alturas, espacios cerrados, calurosos, incluso ver sangre, hacían que me marease.
Esto luego descubrí que se llama ansiedad anticipatoria y es completamente normal en estos casos: tienes tanto miedo a que una situación te cause un ataque de pánico, que lo piensas tanto que terminas provocándotelo a ti mismo.
Así pasaron 5 años, en los que acabé el colegio y estudié la carrera y donde seguí acumulando síntomas uno detrás de otro (aún sin saber de qué se trataba), como bruxismo, lo que me ha creado un complicado problema en la ATM, contracturas en los hombros como piedras, insomnio intermitente, menos memoria y dificultad para concentrarme…
Y la más horrorosa: la disnea, es decir, la falta de aire. Imagínatelo, estás tan normal y de repente estás respirando pero no sientes el aire entrar en los pulmones. Afortunadamente, fue este síntoma el que me puso en el camino correcto a descubrir lo que me pasaba. Yo no sabía que mi falta de aire ocasional tenía nombre hasta que lo vi en una clase de Fisiopatología, donde también dimos sus causas: una era la ansiedad pero, prueba de que se sabía poco de esto, yo me fui a casa convencida de que tenía anemia. Eso explicaba perfectamente de dónde venían mis mareos (aunque no explicaba por qué nunca tuviese esa sensación estando en casa).
Obviamente, los análisis dijeron que estaba perfectamente, pero unas semanas después topé por casualidad con un vídeo titulado “Mareos por ansiedad” del canal Vive sin ansiedad y, como aquello había estado en la diapositiva, pinché por curiosidad, aunque con pocas esperanzas, porque no era la primera vez que me metía en Internet desesperada por encontrar respuestas.
Y, entonces, encontré a alguien que expresaba exactamente la situación por la que yo estaba pasando. Que describía mis síntomas tal y como yo los experimentaba, por irracionales que a mí me pareciesen. Durante las siguientes dos horas me vi todos los vídeos que tenía en el canal mientras lloraba a moco tendido porque después de tanto tiempo limitándome la vida y pensando que aquello era algo que solo me pasaba a mí y que continuaría para siempre, todo tenía una explicación. Y no solo eso, sino que había un montón de gente a la que le pasaba lo mismo (la mayoría no tenían médicos mediocres y lo descubrían antes).
Me gustaría decir que una vez descubierto el problema, todo fue a mejor pero, más bien, fue lo contrario. A partir de aquí era consciente de cómo una situación o un comentario me hacían sentir y todo parecía afectarme más porque tenía una razón pero nadie parecía entenderlo, lo cual era muy frustrante.
Y es que una cosa muy molesta y que afecta mucho es ver cómo la gente no comprende lo que es la ansiedad pero tampoco se esfuerzan mucho por descubrirlo. Por ello, asumen que tener ansiedad es lo mismo que tener estrés o estar nervioso, y se permiten decirte cosas como ‘relájate’, ‘tú de qué vas a tener ansiedad, si tuvieras mi trabajo…’ o ‘por qué vas a estar nerviosa por esto’.
Y luego está el que se niega a dejarte en paz e insiste en que le cuentes lo que te pasa y, yo no sé vosotros, pero yo muchas veces no sé explicarlo. Solo sé que no me encuentro bien y necesito silencio, no que me taladren la cabeza intentado descifrarme. Tampoco ayuda el que te insiste en que una situación es segura hasta que te acaba haciendo sentir mal por no intentar algo. Tú no conoces mi ansiedad así que no insistas. Si quieres ayudar simplemente haz saber que decida lo que decida o pase lo que pase, vas a estar ahí.
Vuelvo a la historia porque me he ido un poco por las ramas. Yo siempre había pensado que una vez supiese lo que me pasaba, tendría algún remedio para que se fuera. Pero descubrí que no era así, no había ninguna pastilla milagrosa esperándome (el médico no quiso darme nada porque era muy joven y no quería que dependiese de ello). Así que, o era yo quien hacía algo por superarlo (y, gracias al canal de Youtube, ahora sabía que eso era posible), o me iba a pasar así toda la vida.
Aquí lo más recomendable es acudir a algún profesional pero a mi me costaba mucho hablar de esto. En su lugar, decidí ir exponiéndome poco a poco a cosas que me producían esa sensación desagradable, pero acompañada de una distracción porque me había dado cuenta que, cuando no pensaba en la posibilidad de desmayarme, no me mareaba. En mi caso la distracción era ir con los cascos puestos para poder enfocar mi atención en la música.
Al principio no hubo mucha mejoría, pero con el tiempo, casi sin darme cuenta, era capaz de hacer cosas que antes ni se me habría pasado por la cabeza, como ir al supermercado o una tienda sin estar dándole vueltas continuamente a si me iba a desmayar y salir corriendo al más leve síntoma.
Así pude recuperar mi pasión por viajar, sacarme el carnet de conducir (y que la gente dejase ya de darme el peñazo preguntando por qué no lo sacaba) e incluso ir a algún concierto o dar charlas (lo que aún requiere un gran esfuerzo por mi parte).
Una cosa que he descubierto que ayuda mucho es ser tú el que toma la decisión y no ir a nada obligado o por compromiso. Por ejemplo, hace unos años mi prima me propuso acompañarla a hacer rafting y yo rápidamente dije que no, pero durante los días siguientes, cuando pensaba en ello, era consciente de que, a pesar de que me podía dar miedo y una balsa no es un sitio donde quieras tener un ataque de pánico, realmente era algo que me apetecía probar y que creía que me iba a gustar y que, en una realidad alternativa en la que no tuviese ansiedad, lo haría (eso no quita de estar un poco nerviosa, eso es completamente normal). Entonces acepté, y todo fue genial.
Igual con ir a conciertos. Si vas a un concierto donde apenas conoces al grupo es probable que estés todo el rato pensando en ello, en toda la gente que hay a tu alrededor y en cuánto tiempo queda, pero si vas a uno que te gusta, te va a ser mucho más fácil distraerte y disfrutar.
Es curioso porque es precisamente el tener ansiedad lo que me llevó a investigar mucho y descubrir el mundo de la nutrición y cómo lo que comemos y nuestro estilo de vida están muy relacionados con nuestra salud mental. Así que, al menos, ha tenido algo positivo
A día de hoy sigo teniendo ansiedad y he asumido que quizá la tenga siempre, pero puedo hacer vida 90% normal. Meditar me ayudó mucho, por eso siempre doy la vara con ello. Nada de entrar en trance ni cosas místicas, sino simplemente aprender a controlar la respiración (porque me dí cuenta que yo antes respiraba súper raro, como al ritmo de mis pensamientos, entonces era muy superficial y rápida). Y, aunque parece una tontería, cuando siento que me entra ansiedad, algo tan sencillo como concentrarme en que estoy respirando y ser consciente de que, mientras me entre aire estaré bien, ayuda mucho.
Curiosamente, si me hubiesen preguntado en esos primeros cinco años, yo no habría creído estar tan mal. Obviamente me jorobaba mucho tener una vida tan limitada y de vez en cuando me ponía un poco melancólica, especialmente si había tenido que salir corriendo de alguna tienda, pero tiendes a normalizarlo todo para poder soportarlo y, al final, evitar ciertas situaciones y buscar las alternativas se convierte en algo normal. Empiezas con algo pequeño, como salir poco, comprar por Internet y luego sin que nadie lo sepa, estás cogiendo el autobús media hora antes para evitar la hora punta. Y todo te parece normal porque, si deja de serlo, te toca admitir la seriedad del asunto.
Yo, personalmente, a pesar de que no estaba a gusto con mi situación, no fui consciente de cómo me había sentido en realidad hasta que unos años después, cuando todo ya había mejorado algo, en un curso de Coaching la profe nos pidió que pensásemos en la peor situación por la que habíamos pasado y la compartiésemos. Esa fue la primera vez que miré atrás con perspectiva, conté esta historia y me di cuenta de lo mal que lo había pasado y cómo me había engañado a mí misma haciéndome creer que todo estaba normal.
Y, si tienes ansiedad, no tienes que entrar en profundidad, pero no tengas miedo o reparo en admitir que tienes ansiedad y verás que hay mucha gente como tú. Al terminar la carrera descubrí que una chica con la que me llevaba genial, que faltaba siempre a clase y asumíamos que se debía a que era un poco desastre, también tenía ansiedad y por eso no iba. Ahí yo aún no sabía que tenía ansiedad pero si lo hubiese sabido (o si hubiese compartido simplemente cómo me encontraba) nos podríamos haber apoyado un montón en lugar de hablarlo cuando cada una vivía ya en una ciudad distinta. Por suerte, cada vez se habla más de ello y la gente es más abierta contando sus experiencias, incluso muchísimos famosos han comenzado a admitir que sufren ansiedad desde hace años.
Y es que nunca sabes quién a tu alrededor puede estar sufriendo ansiedad u otro trastorno parecido. Por eso, ten un poco de empatía y no te lances siempre a ver lo peor o juzgar porque no sabes por lo que pueden estar pasando. No sabes por qué cancelan planes, no sabes cuántas veces se han metido en el baño a llorar por un comentario que has hecho sin pensar, no sabes por qué tienen cambios de humor repentinos. Así que no seas insensible.
Y si deciden confiar en ti y te parece que exageran, recuerda que nadie decide tener ansiedad y, por lo tanto, quien la tiene no toma la decisión de reaccionar como lo va a hacer. Así que si te dicen ‘no quiero ir a X sitio o hacer Y, porque me da miedo/me agobia (o lo que sea)’, no contestes con un ‘anda, porqué te va a dar miedo’. No insistas en que algo no es agobiante o no debería ponerte nervioso, solo porque a ti no te lo parece.
Y, por favor, no hagáis bromas sobre ello. Es posible que la persona que tiene ansiedad, de vez en cuando suelte alguna broma. Yo lo hago porque es mi forma de restarle importancia, igual que de vez en cuando bromeo sobre mi nariz. Pero esto es como lo de ‘a mi hermano solo le pego yo’, que en este caso sería ‘de mi ansiedad solo me río yo’, porque si tú haces la broma la persona afectada pondrá buena cara para dejarlo pasar pero probablemente le causes más ansiedad.
Ufff ya.
Espero que, si sufres de algo parecido, esta entrada te haya ayudado a ver que no estás solo y que las cosas pueden mejorar, aunque no lo parezca. Y si no sufres de esto, espero que al menos te haya ayudado a entender un poco mejor a la gente que sí y cómo puedes ayudar.